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Este es el comienzo de Cuento con ogro y princesa (1) de Ricardo Mariño,
cuyo narrador-protagonista se nos presenta como un escritor de cuentos.
Es decir, ya desde el inicio, el autor nos está poniendo en contacto
con el acto de ficcionalizar. Este recurso metaficcional nos muestra esa
toma de distancia que permite a la ficción reflexionar sobre sí misma.
El narrador continúa haciendo referencia a que el cuento es “sobre una princesa” y comienza a desgranar las cualidades del estereotipo “princesa de cuento”: “son lindas, tienen hermosos vestidos y en general son un poco tontas”.
Este tipo de obras de la literatura infantil actual realizan no sólo
un desmontaje de la construcción ficcional, sino que, además, desde una
actitud paródica (en este caso hacia un género, el del cuento
tradicional o cuento maravilloso), plantean al lector una suspensión de
la lectura; lo obligan a reflexionar sobre el armado de la ficción y sus
características.
El narrador también nos dice que a la princesa de su cuento “había sido raptada por un espantoso ogro” y avanza en detalles -con la mayor naturalidad- acerca de que (el ogro) “pensaba hacer ‘princesa al horno con papas'”. Mariño mismo -en un artículo teórico para la revista Piedra Libre–
destaca lo siguiente: “Característico de los textos absurdos es el tono
desapasionado y lacónico de la voz que narra” (…) “La estrategia
decisiva es encajar lo insólito en el envoltorio lingüístico de lo
conocido” (2).
Nos está hablando entonces del tono con que se debe narrar este tipo de
relatos que incluyen lo absurdo y que de esa manera es como éste es
captado con mayor efectividad por el lector. justamente adaptados para ellos,
suprimiendo esas acciones que podían “perturbar” las mentes infantiles, y
que aquí el autor lo actualiza y lo toma como motivo, resignificándolo
desde el humor.
Anónimo:
esta mal su cuenta sera eliminada
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