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La Mancha Indeleble
Juan Bosch el autor de este cuento “La mancha indeleble” fue uno de los más destacados cuentistas latinoamericanos.
Todo ocurre en un lujoso salón en el que varias personas habían cruzado una enorme puerta para entregar sus cabezas que eran colocadas en largas vitrinas pegadas a la pared, para mostrar fidelidad a ciertos Partidos.
El narrador traspasa la puerta quedando aterrorizado, pensando en la vida que había dejado atrás y la que le tocaría vivir de ahora en adelante.
De pronto una voz suave que llenaba todo el salón le decía que entregara su cabeza, éste le preguntaba si la de él, la voz le dice que sí, al observar el escenario a su alrededor, para ganar tiempo, pregunta que cómo se quitaba la cabeza oyendo las instrucciones de como quitársela de parte de aquella voz, sintió un frió mortal, apoyó las manos sobre la mesa y cuando finalmente Logró hablar se negó a despojase de su cabeza diciéndole a la voz que lo dejara pensarlo, ya que era donde tenía guardados sus ideas y recuerdos, era su vida en sí, la voz le dice que no tiene que pensarlo y que en cambio empezará una nueva vida, preguntándole él qué clase de vida llevaría y mirando hacia la puerta por donde había entrado se percató que estaban cerradas, y vio al gran salón completamente cerrado y solitario.
Al sentir que alguien iba a entrar al gran salón, se lanzó sobre la puerta y saltó a la calle corriendo como loco, después de una semana oculto, salió a la calle nuevamente aterrorizado, decidió sentarse en una pequeña cafetería por un café mientras dos hombres quienes estaban sentados a su lado murmuraban: ese fue el que huyó después que estaba... Después que estaba inscrito... oyendo estas palabras del miedo derramó el café por su camisa, al estar en su casa trató de lavar la camisa con jabón, cepillo y un producto químico especial, pero la mancha no se desvaneció, al contrario cada esfuerzo que hacía por borrarla, se destacaba más.
Espero te sea de ayuda!
Para más información: brainly.lat/tarea/12827737
Respuesta:
Explicación:
La mancha indeleble
Todos los que habían cruzado la puerta antes que yo habían entregado sus cabezas, y yo las veía colocadas en una larga hilera de vitrinas que estaban adosadas a la pared de enfrente. Seguramente en esas vitrinas no entraba aire contaminado, pues las cabezas se conservaban en forma admirable, casi como si estuvieran vivas, aunque les faltaba el flujo de la sangre bajo la piel. Debo confesar que el espectáculo me produjo un miedo súbito e intenso. Durante cierto tiempo me sentí paralizado por el terror. Pero era el caso que aún incapacitado para pensar y para actuar, yo estaba allí: había pasado el umbral y tenía que entregar mi cabeza. Nadie podría evitarme esa macabra experiencia.
La situación era en verdad aterradora. Parecía que no había distancia entre la vida que había dejado atrás, del otro lado de la puerta, y la que iba a iniciar en ese momento. Físicamente, la distancia sería de tres metros, tal vez de cuatro.
Sin embargo lo que veía indicaba que la separación entre lo que fui y lo que sería no podía medirse en términos humanos.
A pesar de que no era autoritaria, la voz llenaba todo el salón y resonaba entre las paredes, que se cubrían con lujosos tapices. Yo no podía saber de dónde salía. Tenía la impresión de que todo lo que veía estaba hablando a un tiempo: el piso de mármol negro y blanco, la alfombra roja que iba de la escalinata a la gran mesa del recibidor, y la alfombra similar que cruzaba a todo lo largo por el centro; las grandes columnas de mayólica, las cornisas de cubos dorados, las dos enormes lámparas colgantes de cristal de Bohemia. Sólo sabía a ciencia cierta que ninguna de las innumerables cabezas de las vitrinas había emitido el menor sonido.
-Sujétela fuertemente con las dos manos, apoyando los pulgares en las curvas de la quijada; tire hacia arriba y verá con qué facilidad sale. Colóquela después sobre la mesa.
Si se hubiera tratado de una pesadilla me habría explicado la orden y mi situación. Pero no era una pesadilla. Eso estaba sucediéndome en pleno estado de lucidez, mientras me hallaba de pie y solitario en medio de un lujoso salón. No se veía una silla, y como temblaba de arriba abajo debido al frío mortal que se había desatado en mis venas, necesitaba sentarme o agarrarme de algo. Al fin apoyé las dos manos en la mesa.
Ya dije que la voz no era autoritaria sino suave. Tal vez por eso me parecía tan terrible. Resulta aterrador oír la orden de quitarse la cabeza dicha con tono normal, más bien tranquilo. Estaba seguro de que el dueño de esa voz había repetido la orden tantas veces que ya no le daba la menor importancia a lo que decía.
-Sí, he oído y he comprendido -dije-. Pero no puedo despojarme de mi cabeza así como así. Deme algún tiempo para pensarlo. Comprenda que ella está llena de mis ideas, de mis recuerdos. Es el resumen de mi propia vida. Además, si me quedo sin ella, ¿con qué voy a pensar?
Yo tomaba en ese momento una taza de café.
El miedo me hace sudar frío. Y yo sé que no podré librarme de este miedo; que lo sentiré ante cualquier desconocido. Pues en verdad ignoro si los dos hombres eran miembros o eran enemigos del Partido.
es todo