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La primera lanzadora espacial realizó una misión en la órbita terrestre.
Y lo más emblemático de todo, fue que la IBM presentó la primera computadora “personal” con 64 kilo bites de memoria. Costaba al rededor de 2.665 dólares.
De repente pareció que hasta antes de la revolución electrónica, el Homo Sapiens no había logrado nada.
Ahora la humanidad empezaba a adquirir un control absoluto sobre materiales y aparatos, energía y datos tras haber luchado durante siglos para medir el tiempo con péndulos de latón y enviar mensajes con tambores o humo, la especie humana descubría escalas de medición molecular y subatómica. La milésima de segundo realmente importaba.
El desarrollo tecnológico había empezado hacía ya cuatro décadas, cuando tres científicos inventaron el transistor. Hasta entonces, la electrónica había significado tubos al vacío, tubos de cristal que producían una luz naranja, la cual se sobrecalentaba, ardía y, finalmente estallaba.
El resultado de ésta técnica fue la ENIAC, el primer computador gigante, con 18.000 tubos. Como John von Neumann, uno de los padre de la teoría informática moderna, destacó, “cada vez que se ponía en marcha, se fundían los tubos”. La computadora no fue muy fiable, ya que requería un escuadrón de soldados con cestas de tubos de recambio. El tubo al vacío podía amplificar una corriente y conectarla y desconectarla unas diez mil veces por segundo. El transistor (una pieza en un cristal de silicona, actuaba de la misma manera, pero era más o menos eterno). La gente lo llevaría en sus muñecas (reloj). La humanidad había aprendido cómo adaptar la arena a los computadores.
A medida que los tubos llegaban al límite de sus posibilidades también lo hacían las máquinas en sí, aunque de modo más lento.
Los ingenieros empezaron a entrar en un dominio imaginable dentro de un mundo de mecanismos y palancas.
Fue en 1961 cuando el destino de la electrónica empezó a cumplirse, cuando los primeros microchips (circuitos integrados por tres o cuatro transistores y media docena de otros componentes en un bloque pequeño y sólido) llegaron al mercado.
En 1963 se vendieron medio millón de chips. En 1970, el número ascendía a trescientos millones. Los chips transformarían el programa espacial norteamericano, la televisión, la calculadora. Invadirían los relojes de muñeca, los hornos y el automóvil. Los procesos más triviales estarían controlados por chips, maestros de la exactitud y del control. Los fabricantes de automóviles no habían conseguido fabricar un limpiaparabrisas intermitente con garantías; de repente, la electrónica solucionó el problema.
El chip se convirtió en una imagen habitual: fotografías ampliadas mostraban sus circuitos, semejantes al plano de una cuidad futurista vista desde arriba. Los chips constituían una nueva encarnación de las máquinas. Los aparatos con componentes electrónicos parecían menos mecánicos, menos predecibles, más mágicos y dotados de alma.
Los primeros computadores gigantes (descendientes del ENIAC) ocupaban habitaciones. El esquema mental para el trabajo con grandes computadoras era: plantea una pregunta, formúlala, pon en marcha el computador y recibe la respuesta.
El esquema mental de la era siguiente sería: juega.