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La extensión imperial obtenida en el reinado de Catalina II, trajo al imperio enormes territorios nuevos en el sur y el oeste así como la consolidación del gobierno interno. Después de la Guerra de Crimea con el Imperio otomano en 1768, por el Tratado de Küçük Kaynarca en 1774, Rusia adquirió una conexión directa al mar Negro, mientras los Tártaros de Crimea se convirtieron en un estado independiente de los otomanos. En 1783 Catalina anexionó Crimea. Tras la Guerra ruso-turca (1787-1792), por el tratado de Yasi en 1792 se amplió el dominio territorial de Rusia hacia el sureste, llegando al río Dniéster. Los términos del tratado redujeron las ambiciosas metas del presunto proyecto magno de Catalina: la expulsión total de los otomanos de Europa y la renovación del Imperio romano de Oriente bajo control ruso. El Imperio otomano no planteó nuevamente una amenaza seria a Rusia, al contrario, los gobernantes turcos se vieron forzados a tolerar un aumento de la influencia rusa en los Balcanes.
La expansión occidental de Rusia bajo Catalina resultó en el reparto4 de la Polonia- Lituana. Polonia, que había sido potencia regional entre los siglos XVI y XVII empezó a debilitarse gravemente a lo largo del siglo XVIII, mostrando continuas luchas entre su aristocracia y un creciente desorden interno; una señal evidente del debilitamiento de Polonia ocurrió cuando cada uno de sus poderosos vecinos - Rusia, Prusia, y Austria - intentaron colocar a su propio candidato en el trono polaco generando la Guerra de Sucesión de Polonia, que envolvió a toda Europa. En 1772 Rusia, Austria, y Prusia, llegaron a un acuerdo informal para anexarse diversas porciones del territorio polaco, por la cual Rusia recibió las zonas que comprenden la actual Bielorrusia y Livonia. Después de la primera partición, Polonia instauró un nuevo régimen que inició un programa extenso de reformas, que incluyó una constitución democrática lo cual alarmó a las facciones más reaccionarias de la aristocracia polaca, la cual pidió a su vez la ayuda de Rusia. Usando como excusa el peligro del radicalismo liberal tras la Revolución francesa de 1789, Austria, Rusia, y Prusia, reclamaron la abolición de la Constitución del 3 de mayo de 1791. En 1793 Polonia volvió a ver reducido su territorio tras una invasión conjunta de sus vecinos que dio lugar a la segunda partición. Esta vez Rusia obtuvo la mayoría de Bielorrusia y el sector de Ucrania que está situada al oeste del río Dniéper. La partición de 1793 condujo a una sublevación nacionalista en Polonia contra la influencia de rusos y prusianos, la cual terminó siendo derrotada por los ejércitos de Rusia y Prusia en 1795, dando lugar a la tercera partición en ese mismo año. El territorio polaco que aún se mantenía independiente fue repartido por ambos invasores. Consecuentemente Polonia desapareció del mapa político internacional.