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A lo largo de la historia hemos podido apreciar que casi todo aquel que ha llegado a la presidencia de la República se considera como “el ungido”, “el elegido”, y el único capaz de poder estar en ese puesto. Es muy común ver manifestaciones enfermizas de voluntad de perpetuación en el poder al punto que se vuelve además de un vicio obsesivo y demencial, la enfermedad más importante de sus vidas, sin tomar en cuenta los efectos sociales y humanos negativos que conlleva. Por último, se olvidan del pueblo que los ha ayudado a llegar a la cima, para realizar el sueño de sentirse padre de la patria y pesadilla de la gran mayoría de los nicaragüenses.
Muchos de los que han alcanzado el poder, sea por elecciones, por golpe a la democracia, o de forma militar, siguen padeciendo del complejo de sentirse indispensables en el territorio nacional. Es decir, que sin ellos y su acertada dirección el país se hunde entre los dos océanos. Que solo a ellos por herencia o inteligencia les corresponde el poder para imponer sobre todos sus privilegios sin la menor idea ni interés de que el poder representa un servicio, una responsabilidad y una obligación.
Lamentablemente, el origen de la dictadura no solo está en la voluntad del dictador, sino también en la voluntad de aquellos que dicen representar mientras asfixia mediante mentiras publicitadas, chantajes, amenazas abiertas o encubiertas, y cierre de oportunidades, a todo aquel que pretenda contradecir los deseos de la persona que se considera “ungida”, al igual que a su familia cercana, compadres y personal cercano.
A pesar del disfraz democrático, lo que caracteriza a la nueva forma de dictadura es el triunfo de la arbitrariedad de una persona sobre el respeto debido al sentido de la ley, ante la cual todos debemos ser iguales sin consideraciones de ningún tipo. Entendamos que la dictadura en el siglo XXI ya no es la amenaza violenta al fusilamiento o prisión que existió durante la era somocista, sino la gradual reducción de las libertades individuales a través de la exclusión de los empleos, terrorismo policial y fiscal, y amenazas de señalamientos judiciales, en cuyo proceso no existe la menor garantía de equidad ni de valores compartidos de democracia y justicia.
Aquellos que quieren encarnar una dictadura se dedicarán a destruir poco a poco y de forma progresiva y científica a los partidos opositores, por medio de las personas de sus mejores representantes para que, de una vez desprovistos a través de la amenaza, chantaje o halago, se transformen en seres obedientes, sumisos y comprables al servicio de los intereses del poder.
Al extranjero se le disfraza la dictadura moderna con autocensura de prensa y con la presencia masiva de medios oficialistas, que demuestra una oposición semiapagada frente a un oficialismo escandaloso y desafiante. En algunas ocasiones los organismos internacionales independientes sin vinculación con el poder local publican números y hechos verdaderos ajustados a la realidad. En la mayoría de los casos son publicaciones de organismos que necesitan justificar su existencia en el país y para lo cual están dispuestos a aliarse con el poder de turno y publicar hechos maquillados que esconden una triste realidad. Estos últimos presentan a la nación como un país en crecimiento, que disminuye la pobreza, y que se están resolviendo de forma mágica todos los problemas internos del país arriesgando su propia credibilidad sin importarle el destino democrático de la nación donde están establecidos.
¿Cuántas veces hemos sido testigos y víctimas de presidentes, tanto de derecha como de izquierda, que pretenden estar para siempre en el poder a costas de un pueblo empobrecido sin educación y humillado, que hoy comienza a despertar, en los últimos años? ¿Qué conclusiones debemos extraer de semejante situación? Hay que tener en mente dos cosas: la primera, que cuando el país sufre de dictadura tiene una inmensa necesidad de un cambio prometedor para mejorar, que venga de personas creíbles sin historias negras, honestidad y talento probado. La segunda, que en medio de esta división de los partidos no existe aún una fuerza real organizada o más bien solo existe una: un pueblo disperso y confundido entre la necesidad y el miedo con la esperanza de encontrar soluciones a sus problemas básicos.
Muchos de los que han alcanzado el poder, sea por elecciones, por golpe a la democracia, o de forma militar, siguen padeciendo del complejo de sentirse indispensables en el territorio nacional. Es decir, que sin ellos y su acertada dirección el país se hunde entre los dos océanos. Que solo a ellos por herencia o inteligencia les corresponde el poder para imponer sobre todos sus privilegios sin la menor idea ni interés de que el poder representa un servicio, una responsabilidad y una obligación.
Lamentablemente, el origen de la dictadura no solo está en la voluntad del dictador, sino también en la voluntad de aquellos que dicen representar mientras asfixia mediante mentiras publicitadas, chantajes, amenazas abiertas o encubiertas, y cierre de oportunidades, a todo aquel que pretenda contradecir los deseos de la persona que se considera “ungida”, al igual que a su familia cercana, compadres y personal cercano.
A pesar del disfraz democrático, lo que caracteriza a la nueva forma de dictadura es el triunfo de la arbitrariedad de una persona sobre el respeto debido al sentido de la ley, ante la cual todos debemos ser iguales sin consideraciones de ningún tipo. Entendamos que la dictadura en el siglo XXI ya no es la amenaza violenta al fusilamiento o prisión que existió durante la era somocista, sino la gradual reducción de las libertades individuales a través de la exclusión de los empleos, terrorismo policial y fiscal, y amenazas de señalamientos judiciales, en cuyo proceso no existe la menor garantía de equidad ni de valores compartidos de democracia y justicia.
Aquellos que quieren encarnar una dictadura se dedicarán a destruir poco a poco y de forma progresiva y científica a los partidos opositores, por medio de las personas de sus mejores representantes para que, de una vez desprovistos a través de la amenaza, chantaje o halago, se transformen en seres obedientes, sumisos y comprables al servicio de los intereses del poder.
Al extranjero se le disfraza la dictadura moderna con autocensura de prensa y con la presencia masiva de medios oficialistas, que demuestra una oposición semiapagada frente a un oficialismo escandaloso y desafiante. En algunas ocasiones los organismos internacionales independientes sin vinculación con el poder local publican números y hechos verdaderos ajustados a la realidad. En la mayoría de los casos son publicaciones de organismos que necesitan justificar su existencia en el país y para lo cual están dispuestos a aliarse con el poder de turno y publicar hechos maquillados que esconden una triste realidad. Estos últimos presentan a la nación como un país en crecimiento, que disminuye la pobreza, y que se están resolviendo de forma mágica todos los problemas internos del país arriesgando su propia credibilidad sin importarle el destino democrático de la nación donde están establecidos.
¿Cuántas veces hemos sido testigos y víctimas de presidentes, tanto de derecha como de izquierda, que pretenden estar para siempre en el poder a costas de un pueblo empobrecido sin educación y humillado, que hoy comienza a despertar, en los últimos años? ¿Qué conclusiones debemos extraer de semejante situación? Hay que tener en mente dos cosas: la primera, que cuando el país sufre de dictadura tiene una inmensa necesidad de un cambio prometedor para mejorar, que venga de personas creíbles sin historias negras, honestidad y talento probado. La segunda, que en medio de esta división de los partidos no existe aún una fuerza real organizada o más bien solo existe una: un pueblo disperso y confundido entre la necesidad y el miedo con la esperanza de encontrar soluciones a sus problemas básicos.
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