Respuestas
La medicina actual es esa ciencia aplicada mediante la cual intervenimos, directa o indirectamente, sobre los procesos que se desarrollan en el cuerpo humano. Es un saber transformado en poder. La medicina teórica (biofísica, bioquímica, fisiología, fisiopatología, microbiología, farmacología, etc.) establece las bases experimentales y racionales de una técnica cuya aplicación está confiada al “práctico”. Mas una medicina realmente completa no se limita a este aspecto técnico; si cumple plenamente con su cometido, el médico establece con su paciente una relación que satisfará las necesidades afectivas de este último.
La actuación del médico abarca un doble aspecto: por una parte, los problemas del cuerpo y de la enfermedad son objeto de un conocimiento que no difiere del que aplicamos al resto de la naturaleza —y el organismo del paciente es considerado como una cosa viva capaz de reaccionar conforme a leyes generales; por otra parte, la relación terapéutica se establece entre dos personas, dentro del contexto de una historia personal —y la medicina se convierte ahora en un arte del diálogo, en el que el paciente se ofrece como un interlocutor y como una conciencia alarmada (medicina psicosomática).
Si bien es evidente que las técnicas del diagnóstico y de la terapéutica se han modificado con el correr de los siglos, podría pensarse que la relación personal del médico y del paciente se ha establecido siempre conforme a los presupuestos inmutables de la psicología humana. De hecho, las condiciones de este diálogo están sujetas a una serie de transformaciones que son las mismas de la cultura y de las sociedades.
Lo que cambia en el curso de los siglos no es sólo el arsenal de los medios de que dispone el médico, sino la figura misma del médico y la naturaleza del vínculo que le une a su paciente. Porque no es indiferente que el médico sea unas veces un sacerdote que dispensa gratuitamente sus cuidados en nombre de las exigencias de la caridad, otras un particular deseoso de hacer valer su habilidad profesional y otras un funcionario adscrito a una organización estatal.
Nuestros conocimientos, basados en la observación y la experiencia, tienden a un máximo de exactitud compatible con las fluctuaciones de los fenómenos de la vida. No siempre ha sido así; el hombre ha experimentado el asalto de la enfermedad y del temor a la muerte aun antes de haber podido hacerse una imagen racional de ellas; la intervención terapéutica, en lugar de estar basada en la ciencia, se hallaba inmersa en un sistema de creencias, de mitos y de ritos.
La medicina mágico-religiosa es la que se ha practicado durante más tiempo y en un área geográfica más extensa, y no ha desaparecido del todo en nuestro mundo contemporáneo: el éxito actual de los curanderos, de los charlatanes, de los astrólogos —por no decir nada de las oraciones y de las peregrinaciones—, es un buen indicio de la precariedad de esa fe en la ciencia, de la que ciertos pensadores han creído poder hacer —para felicitarse por ello o para alarmarse— una característica del mundo moderno.
La actitud mágica ante la enfermedad no cambia en el curso de los siglos. No hay diferencia fundamental entre un hombre civilizado de nuestra época que pide consejo a la vidente, un papú que acude al hechicero y el egipcio del segundo milenio que consulta a un sacerdote. Por variadas que sean las prácticas mágicas, se reducen a unos rasgos generales fáciles de precisar.
Frente a ellas, el historiador debe optar por definir las semejanzas y la persistencia dentro de ciertos límites, que son los de la sugestibilidad y de las creencias colectivas necesarias para el buen funcionamiento de la vida social; las conductas mágicas son todas eficaces, y lo son todas igualmente, sin que su poder se desarrolle o se aumente, sin que un momento determinado de la práctica mágica sirva de punto de partida a nuevas adquisiciones y permita un aumento real del poder que el hombre opone a la adversidad.