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).- En el siglo I, la tendencia más abierta proponía que se debía “amar al amigo y no odiar al pecador” (Mt 5,43). Sin embargo, Jesús proclamó algo completamente nuevo y radical: la exigencia de una práctica del amor tanto con el amigo como con el pecador (Lc 6,27-28.35) y el enemigo (Mt 5,44-48) por igual. Para poder entender la radicalidad de esta proposición, Jesús concibe un símbolo que, hoy en día, resulta poco comprensible para muchas personas: el del “Reino de Dios” o “de los cielos”, una noción con la que pretende hablar de nuestras relaciones, no de ideas o experiencias religiosas. Reflexión del teólogo Rafael Luciani, tomado del portal Teología
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