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BULIRA
El Cacique decía a Bulira con gravedad.
– Hija, ¿cuándo conoceré al príncipe elegido para poder enseñarle nuestros secretos, las fórmulas sagradas y la cueva del tesoro? No me queda mucho de vida, hija.
– Ay, padre, no hables así que me entristeces.
– Hoja, el tiempo pasa rápido, y los que envejecemos tenemos que buscar a quién entregar el poder.
Un poco más allá de la aldea, al oeste, acampaba el príncipe Tota, con su guardia de honor, brujos y capitanes. Un poco más allá de la aldea, al este, estaba el otro pretendiente de la princesa, Opia, acompañado de su maestro y de un criado. No llevaba ni una lanza.
Tota, para seducir a la princesa, hacía desfiles militares y torneos en su honor. Opia le enviaba pájaros de siete colores. Ella era amable con ambos, pero no se decidía. Tota comenzaba a enfadarse y hacía planes de conquista. Opia hallaba hermosa la espera.
Una mañana, cuando Opia buscaba unos pescadillos en mitad del arroyo para Bulira, quien le miraba de forma cariñosa, apareció Tota y, lleno de celos, preparó su cerbatana y disparó. El dardo atravesó el cuello de Opia, quien cayó suavemente en las aguas y murió mirando a su amada con una sonrisa.
Bulira gritó de rabia, y Tota huyó asustado.
Bulira lloró sin consuelo y sin descanso sobre el río. Vertió lágrimas hasta perder sus ojos, que se convirtieron en dos grandes perlas de ostras doradas.
Y dice la leyenda que, desde entonces, el río Opia de Tolima se llenó de ostras, que son las lágrimas de Bulira, la enamorada ciega.
Cerca de allí, al oeste, se asentó entonces el príncipe Tota, un fiero guerrero. Siempre iba a todas partes rodeado de guardianes y soldados que le hacían los honores. Su presencia se hacía notar. Era apuesto y muy elegante.
Ambos se enamoraron de la princesa. Tota, para seducir a la princesa, organizaba torneos y desfiles en su honor. Y Opia, sin embargo, le enviaba pájaros de colores y recogía hermosos ramilletes de exóticas flores para ella.
Como la princesa era indecisa, Tota comenzó a enfadarse. Sin embargo, Opia, aguardaba