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La integración territorial adoptaba distintas formas. Por un lado, las políticas de población contra los indígenas, como la llamada Campaña la Desierto, ampliaron enormemente la extensión del Estado nacional. Junto a esto, fue necesario la unificación de valores y sentimientos, que implicaron entre otros aspectos el dictado de leyes de aplicación en todo el territorio y la creación de un sentimiento colectivo de nacionalidad.
En 1880, se produjo un último conflicto entre el Estado nacional y los autonomistas bonaerenses. Estos últimos se oponían a que la Ciudad de Buenos Aires fuera nombrada Capital Federal del país y quedara separada de la provincia. El poder ejecutivo no dudó en enviar al Ejército nacional contra los sublevados, que fueron sometidos rápidamente.
Los importantes cambios políticos estuvieron acompañados de cambios económicos y sociales muy profundos. La acción del Estado nacional fue decisiva para lograr esas transformaciones. En esos años se produjo una importante modernización económica capitalista que buscaba favorecer la inclusión de la Argentina en el nuevo mercado internacional como productora de materias primas.
Los debates económicos de la primera mitad del siglo encontraron su resolución. El librecambismo se impuso sobre el proteccionismo, las aduanas internas fueron eliminadas y el puerto de Buenos Aires pasó a manos nacionales. El Litoral vio satisfechas algunas de sus demandas al lograr dar rango constitucional a la libre navegación de los ríos.
Se estaban llevando a cabo importantes cambios en la economía mundial que afectaban a nuestro país. Se agotó el viejo circuito comercial basado en el saladero que producía tasajo para las zonas esclavistas. Europa atravesaba la segunda revolución industrial, por lo que cada vez demandaba más y nuevos productos: alimentos para su población en aumento, y materias primas, como la lana, para sus industrias. Hacia allí se orientó la economía argentina.
Para lograr estos cambios fue necesario poner el acento en los factores de la producción: tierra, mano de obra y capitales. La acción del Estado se encaminó en ese sentido. La expansión de la frontera permitió la anexión de grandes territorios. En la mayoría de los casos, las políticas de distribución de esas tierras produjo la generación de latifundios esto es, grandes extensiones de tierra en manos de un único propietario que aseguraban importantes ganancias a sus dueños.
La mano de obra la aportó, por un lado, la población nativa y, por otro, la inmigración europea. El Estado impulsó políticas para favorecer la llegada de grandes masas de gente que, si bien fueron mucho mayores posteriormente, ya se hacían notar en esos años. Si bien venían con la ilusión de ser propietarios de pequeñas parcelas como de hecho sucedió en las colonias del Litoral- la mayoría se vio forzada a trabajar para los grandes terratenientes latifundistas.
Los capitales fueron en su mayoría británicos. El Estado pidió préstamos (también llamados empréstitos) que utilizó para financiar la infraestructura necesaria para el desarrollo económico. Se volcaron en el mejoramiento de las tierras, la ampliación de los alambrados, la consolidación del sistema financiero, el dragado de ríos, la adecuación de los puertos, y especialmente en la extensión del ferrocarril.
Todos estos cambios sentaron las bases para el boom económico del modelo agroexportador que se produjo luego de 1880. Sus principales beneficiarios fueron los grandes terratenientes, en especial los de la pampa húmeda y del litoral. Las economías regionales subsistían si lograban incorporarse a los circuitos productivos que privilegiaban una vez más el puerto de Buenos Aires.
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