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Comenzaré haciendo una pequeña confesión personal acerca de
qué es lo que me ha incitado a entrar en este tema de los derechos
de todos los seres vivos que es tan actual como polémico. El 29 de
agosto de 1999, la página 12 del diario El País estaba toda ella ocupada por dos artículos de opinión que, aunque breves, se enfrentaban
abiertamente entre sí. Lo que se debatía entre ellos de forma tan
opuesta es si se puede hablar o no de derechos de los animales –es
decir, de los animales no humanos. Confieso que inmediatamente me
sentí muy conmovida con el tono de uno de los artículos e, incluso,
herida en mi sensibilidad moral e intelectual. Y algo en mí se rebeló
contra lo que me parecían unos muy discutibles argumentos. El primer artículo iba firmado por Fernando Savater. El segundo por Jesús
Mosterín. La polémica estaba servida y yo me sentí tan golpeada que
decidí encarar el tema buscando más razones que se sumaran a las
de Jesús Mosterín y que permitieran rebatir las de Fernando Savater.
Para este filósofo –por otro lado, en franca sintonía con la mayor parte de los intelectuales que se adentran en esta temática–, únicamente podemos hablar de ética en relación a la comunidad humana ya
que nuestra responsabilidad moral –dice– se centra de modo exclusivo en los hombres y mujeres presentes, y no en otros seres
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