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Que Erasmo había tomado buena nota de las lecciones aprendidas durante sus escarceos cortesanos y que comenzaba a comprender las ventajas de una fama literaria que iba a cobrar tintes legendarios queda claro durante la segunda década del siglo XVI, cuando sabrá hacerse acreedor del apoyo y de la protección de lo más granado de la rama seglar de la aristocracia y de la monarquía europeas —Enrique VIII de Inglaterra, Francisco I de Francia, el emperador Carlos V— y de la religiosa —Julio II, León X y Clemente VII entre ellos—. En cualquier caso, esta protección estuvo marcada por altibajos y, durante las dos últimas décadas de su vida, por situaciones que pusieron paulatinamente la pretendida imparcialidad del Roterodamo al límite.
En lo que toca a su relación con Julio II (1443–1513), Erasmo siempre se mantuvo neutral en la arena pública hasta el fallecimiento de aquél. De este papa y de su sucesor, León X, obtuvo entre otros beneficios la tan ansiada indulgencia que lo exoneraba de vestir el hábito monástico. Hasta el fallecimiento de Julio II, nacido Giuliano della Rovere, el 21 de febrero de 1513, las críticas de Erasmo aparecieron veladas o en recogidas en el ámbito más privado, al menos entonces, del epistolario. Un buen número de ellas incidían en el hiato entre el proceder del máximo representante de la Iglesia católica y el que debiera ser su modelo: Cristo 1. Por ello, la Moria no podía sino rechazar la belicosidad y el amor por la opulencia del papa2:
Verás unos viejos decrépitos con fuerzas y corazón varoniles ni con los gastos impedirse, ni fatigarse con trabajos, ni espantarse con cosa por meter a riesgo y a barato las leyes, la religión, la paz, las cosas humanas. Ni faltan lisonjeros doctos que aquesta manifiesta locura llamen celo, piedad, fortaleza…
Siempre ligera de lengua, siempre fiel a su propia naturaleza, la Moria tampoco se ahorrará una acusación tan sumamente grave, como la mención indirecta a la homosexualidad del pontífice o a la afición por la pedofilia en ciertos círculos de la curia papal3:
Ni se había de curar que pereciesen tantos escribas, tantos copistas, tantos notarios, tantos abogados, tantos promotores, tantos secretarios, tantos palafreneros, tantos banqueros, tantos rufianes —aína dijera otra más blanda cosa, pero temo no sea duro a las orejas— y, finalmente, tan grande número de gente que la silla romana carga, erré, honra quise dicir.
Lo que aquí son dos menciones de paso, Erasmo lo convertirá, como en tantos otros asuntos, en una oportunidad para sacar punta al ingenio y desplegar apelativos ocurrentes contra el pontífice donde venga al caso, tildándolo como Julio “El Desconquistador” o como Peste Máxima 4; apellidándolo «Julio César», personaje histórico que siempre le resultó aborrecible5 o lamentándose de que su médico no aprovechara al tratar los achaques de salud del papa, debidos a una vida licenciosa, para sumar al tratamiento eléboro y acabar de paso con su furor belicista6. A ellas puede sumarse la panoplia de acusaciones que entona san Pedro en el Julius: hijas ilegítimas, sodomía, pederastia, sífilis, alcoholismo, simonía, abuso de bulas e indulgencias, falta de formación teológica, prácticas ocultistas y uso torticero de la excomunión7.
Sin embargo, quien quiera encontrar estas pullas condensadas, y convertidas en materia central de alguna de sus obras, hallará solo tres que —no sin razón— sufrieron un trasiego editorial más que accidentado. De menor a mayor entidad, las dos primeras son los epigramas compuestos por Erasmo cerca de 1511, jamás publicados en vida de su autor ni recogidos en ninguna de sus Opera omnia o selecta hasta el siglo pasado, cuando Percy Stafford Allen, J.-B. Pineau y Cornelis Reedijk los atribuyeron a Erasmo. Harry Vrevedeld los incorporaría a su edición de los Carmina (núms. 119 y 141) para la edición canónica de las obras completas del humanista, a la sazón aún bajo los auspicios de la casa editorial North—Holland8.
La tercera, la más famosa y dura invectiva antijuliana —Julio excluido de los Cielos (Iulius exclusus e coelis)— solo puede explicarse por la indignación de Erasmo ante la convocatoria y celebración del V Concilio de Letrán9. El panfleto se redacta probablemente durante la estancia de Erasmo en Cambridge, en 1513, comienza a correr manuscrito en 1514 y se imprime por primera vez, sin consentimiento de su autor y de manera anónima10, a partir de 1517. Parece ser que las primeras impresiones se debieron a la colaboración entre Ulrich von Hutten (1488–1523) y Jakob Schmidt, su impresor entonces11. Hutten que fue, con permiso de Lutero, una de las figuras más vehementes de los primeros pasos de la Reforma, acabaría por convertirse —con permiso de insignes antierasmistas como Lutero mismo, Alberto Pio, Noël Béda, Edward Lee o Aleandro— en el fustigador más incansable y falto de escrúpulos contra Erasmo12
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crítica del estado contemporáneo de la Iglesia y de la religión cristiana,
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