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Diálogos de Almudí 2009
Juan Chapa es Profesor de Sagrada Escritura. Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Sumario
Introducción.- 1. Santidad en el mundo pagano y judío.- 2. El concepto de "santidad" en 1 Tesalonicenses.- 3. La llamada a la santidad en San Pablo.
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Introducción
Si tuviéramos que señalar algún texto de San Pablo sobre la llamada a la santidad, inmediatamente nos vendrían a la mente las palabras de la Primera Carta a los Tesalonicenses, la más antigua de las obras de Pablo que se nos han conservado. En el capítulo cuatro, después de saludar a la comunidad que él mismo había fundado y dar gracias a Dios por el fruto de la evangelización y por la fidelidad de sus destinatarios (1,2-3,13), el apóstol exhorta a los tesalonicenses a llevar una vida santa en la esperanza de la segunda venida de Cristo (4,1-5,28). En este contexto escribe: "Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación" (4,3).
¿Qué quería decir San Pablo al escribir estas palabras? ¿Qué pudieron entender con ellas los destinatarios de su mensaje? Benedicto XVI desea que con ocasión de este año paulino la figura del apóstol recobre vida y nos hable hoy como habló hace dos mil años [1]. Secundando sus deseos, el objetivo de estas líneas es tratar de hacer presente y revivir en el momento actual la llamada de Pablo a la santidad, tal como la pudieron comprender los destinatarios inmediatos de sus cartas y específicamente los de la Primera Carta a los Tesalonicenses. De la misma manera que Pablo les indicó cómo debían vivir para seguir adelante y "agradar al Señor" (4,1), así continúa el apóstol exhortando al cristiano de todos los tiempos a responder a la llamada a la santidad que Dios le hace.
Ahora bien, al afrontar el tema de la santidad en San Pablo podemos encontrarnos con algunas dificultades. En concreto, quisiera referirme a dos:
(1) La primera surge ante el aparente poco relieve que ocupa el tema de la santidad en el epistolario paulino. Si preguntaran de improviso a una persona con buena formación cristiana, pero no demasiada experta en temas bíblicos, en qué textos habla el apóstol de la santidad, esa persona quizá adujera la cita de 1 Tesalonicenses, pero no pudiera referir muchas más. En efecto, no resulta fácil que vengan espontáneamente a la mente citas de Pablo sobre este punto, si lo comparamos, por ejemplo, con otros temas paulinos como la justificación, la redención, la Iglesia, etc. [2]. Más aún, si nos dejáramos llevar por la influencia de estudiosos luteranos expertos en temas paulinos, podríamos concluir que el tema de la santidad en el apóstol apenas tiene incidencia en la vida moral del cristiano. La santidad, según la comprensión común heredada de la Reforma que otorga una primacía absoluta a la fe, tendría sobre todo una orientación escatológica. Se referiría al punto final de un proceso en el que se logra la plena unión con Dios. Puesto que la fe es entendida como aceptación confiada de una promesa, cuyo cumplimiento hace referencia casi exclusivamente a la consumación final en la que se dará una santidad plena, la posibilidad de progresivo llamada a la santidad no se contempla.
Al respecto se pueden citar unas palabras de un autor protestante sobre el concepto de santidad en el Nuevo Testamento: "La santidad o santificación es la aceptación total de la santidad de Dios por parte de los creyentes, de tal manera que ellos puedan entrar en comunión con él. Pero no es un paulatino progreso hacia una perfección religiosa y moral" [3]. Da la impresión que, en conformidad con la comprensión luterana del pensamiento paulino, al cristiano le basta creer y por los méritos de Cristo llegar a la santidad, a la comunión con Dios. Pero esa santidad de Dios no parece incidir en la vida del creyente. Al cristiano, el afán de crecer en "santidad" le resulta ajeno.
En este sentido resulta ilustrativo un pequeño suceso de la vida de Dietrich Bonhöffer, que recoge J.L. Illanes en su tratado de Teología espiritual. El teólogo alemán cuenta en una carta que escribió desde el campo de concentración nazi en el que había sido recluido la impresión que le produjo la confidencia que le hizo un día de 1931 uno de sus amigos: "… he escogido como finalidad de mi vida la de hacerme santo". Comenta Bonhöffer que ese comentario le desconcertó. Formado en un luteranismo estricto, había considerado hasta ese momento que la fidelidad a la condición cristiana reclamaba, sin duda, "aprender a creer", pero no consideraba necesario plantearse la cuestión de la santidad. Su meditación le condujo a un ensayo que publicó en 1937, titulándolo Nachfolge (Seguimiento) –el libro está traducido al castellano como El precio de la gracia–