Respuestas
externos más o menos profundamente, que la enferman o la sanan, la afean o la embellecen, etc., etc., o le dan esta estructura externa o aquella.
Lo único que Cristo garantizó es que esa Iglesia sería siempre fiel a sí misma. Como el organismo sigue siempre fiel e idéntico a sí mismo a lo largo de su evolución hasta formar al hombre adulto.
Hubiera sido absurdo si Cristo, Hombre-Dios, no garantizara esto y se hubiera contentado con crear el embrión y no hubiera garantizado que ese embrión se iba a desarrollar fiel a sí mismo, porque el embrión es por y para el organismo adulto; el embrión no es para sí mismo, toda su razón de ser está en convertirse en organismo completo que se quiere conseguir. Cuando yo siembro una semilla de manzana es porque quiero conseguir un manzano y esto sólo se consigue porque a lo largo de su evolución el manzano sigue fiel a sí mismo, sigue siendo manzano, y el árbol, aunque tiene tronco, ramas, hojas, etc., es individualmente el mismo que la semilla que no las tenía. Por consiguiente, si Cristo era Dios, al sembrar en el mundo su Iglesia cristiana, tuvo que querer y, por consiguiente, garantizar que ésta iba a ser realmente cristiana. Tendrá, pues, que haber siempre una Iglesia que sea auténticamente cristiana.
Sembrar una Iglesia y dejar después que se convierta en otra no tendría sentido. Es, pues, esta identidad consigo misma de la que Cristo tuvo que dotarla, la que hay que buscar en la Iglesia. No la identidad formal y externa de sus órganos y creencias.
Por consiguiente, la configuración más externa y no esencial de la Iglesia no surge sólo de su dinámica interna, surge del choque de esta dinámica contra las circunstancias, las coyunturas culturales, sicológicas, económicas, sociales por que atraviesa. Sin embargo, a lo largo de toda ella por esta asistencia que Cristo la otorga hay un hilo conductor de identidad que no se pierde.
Aquella célula primitiva cristiana creada por Cristo, no estaba programada para desarrollarse en una secuencia determinada y rítmica. Tenía el poder y la voluntad interna del desarrollo, pero fueron las situaciones exteriores, el reto de las circunstancias, los obstáculos que encontraba a su paso los que iban dirigiendo el camino de su evolución, como es la configuración del terreno, los declives, los obstáculos los que dirigen la marcha de un río, entre zigzagueos y revueltas, unas veces ancho y espacioso y otras profundo y estrecho, pero es siempre el mismo río, fiel a sí mismo. Sólo que en vez de ser un avance horizontal como el del río, el avance de la Iglesia era vertical, hacia formas más densas del ser cristiano. Esas mismas circunstancias y obstáculos, reaccionando contra su dinámica interna, eran los que la iban construyendo y configurando