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Desde que los problemas ambientales se presentaron como una acción depredadora de la sociedad, la ecología política tiene un lugar especial en la explicación de los hechos que denotan formas específicas que conforman la historia. La ecología política es el instrumento real y objetivo que da cuenta de las vicisitudes de la sociedad. Sin embargo, para poder comprender las contradicciones de la relación sociedad naturaleza en el contexto de las actuales relaciones sociales de producción, es necesario retomar los instrumentales teóricos metodológicos que nos aproximen a desdoblar sus manifestaciones. De ahí que, los problemas ambientales, sean parte de un todo que está en la disyuntiva entre lo real y la falsa idea de lo que está por descubrirse en la esfera de las ideologías.
Son tantas las expresiones de los impactos ambientales que, reconocer los delirios de algunos investigadores para ocultar los fenómenos medioambientales como un escaparate de una realidad maquillada, está siendo rebasada. Desde luego, el debate en torno a la expoliación de la naturaleza, de parte de las corporaciones, para la reproducción de sus inversiones, ya es comprendido; la esencia de la comercialización rentable de la naturaleza, en tanto, recursos renovables y no renovables, es la lógica del mercado que ubica a todo objeto pieza rentable para la reproducción del capital. En tanto, la concatenación de las partes –de los recursos de la naturaleza- que la descomponen en piezas de consumo con privilegios se impone sobre las comunidades y, de paso las desintegra por no subordinarse a la lógica de la privatización. Hablar de una fenomenología de lo ambiental, sin incluir las explicaciones la ecología política, provoca que dejemos de lado los múltiples problemas que emanan de las contradicciones de las formas de producir, consumir y distribuir.
Con base en lo planteado, también, podemos visualizar un escenario que presenta la realidad como la antesala de las consecuencias del despojo, del derroche de los recursos naturales y humanos; en tanto, las políticas destinadas a la preservación, ya no de la naturaleza, sino de parte de ella o de su totalidad es subsumida por la voracidad de tres factores interrelacionados entre sí: a) por la privatización, es decir, como instancia de la ideología dominante en el neoliberalismo; b) las políticas ambientales en la tesitura de las presiones del capital que necesita cuando menos de los recursos (agua, energéticos y la biodiversidad) y; c) bajo las actuales relaciones sociales de producción que subordinan a la producción, consumo y distribución en una lógica de la rentabilidad abierta al mercado especulativo.
Lo anterior lleva una tendencia hacia la catástrofe de aquella relación entre la sociedad y la naturaleza que la segunda se convierta en el rehén de la primera. Sin embargo, esto conduce hacia una crisis; no de ella misma, sino de todo lo que consideramos como parte de la civilización. Bien planteado quizá, lo expone Toledo, al decir que la crisis ecológica es una crisis de civilización, ¿dónde están los movimientos políticos del ambientalismo capaces de formular y llevar a la práctica una alternativa civilizadora?[2] (Toledo, 2002).
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