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Orwell ejerce, una actitud intelectual y vital, ávida de predicar con el ejemplo y de consagrarse a una búsqueda casi fanática de la verdad y la integridad. Porque una vida de rebeldía y esfuerzo como la de Orwell, teñida por un altruismo y una capacidad de sacrificio que conmueven y a la vez exasperan, es poco comprensible para el común de los individuos: los actos de arrojo y desprendimiento; el descuido o, mejor dicho, la mortificación deliberada de su salud, el desprecio por la vida familiar y las posesiones materiales son rasgos que hacen pensar en una aspiración a la santidad. Sin embargo, este temperamento religioso no se pone, como era común en la época, al servicio de una utopía ideológica, sino que busca una redención en una escritura que sirva como medio para afinar la percepción y la conciencia y que contribuya a evadir las múltiples formas de enajenación y mala fe que acechan al individuo moderno.