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Históricamente Mitteleuropa – Europa Central – tiene al menos tres diferentes, pero interconectados, significados: 1) geopolítico, que desde el siglo XIX alude a Alemania como un poder dominante en el corazón del continente (Grossdeutschland, división alemana de élite que combatió en la Segunda Guerra Mundial)
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La muerte. Históricamente Mitteleuropa –Europa Central– tiene al menos tres diferentes, pero interconectados, significados: 1) geopolítico, que desde el siglo XIX alude a Alemania como un poder dominante en el corazón del continente (Grossdeutschland, división alemana de élite que combatió en la Segunda Guerra Mundial), un proyecto ampliable al Este (Drang nach Osten, término que fue usado para fomentar sentimientos antialemanes) mejor definido por F. Naumann (Mitteleuropa, 1915) y retomado por los nazis que en busca de Lebensraum (espacio vital) arrasan primero con aquella región; 2) cultural, que alude a la unidad de los pueblos alemanohablantes desde Königsberg hasta Trieste, un pangermanismo que K. Jaspers una vez defiende en su correspondencia con H. Arendt; y 3) político-nostálgico, que alude al legado multiétnico y cosmopolita del Imperio austrohúngaro –en oposición a monolitismo alemán (ein Volk)–, un espacio de identidades plurales y tolerancia compuesto por un mosaico de gente que vive entre Alemania y Rusia evocado por J. Roth o E. Canetti (E. Traverso, Fire and blood, 2007, p. 125-126). No sólo ninguno de estos conceptos sobrevive la Guerra Civil Europea 1914-1945 [véase: Traverso] que “marca el fin de Mitteleuropa” (p. 125), sino cada uno de ellos es un ingrediente del coctel inflamable que la consume: las aspiraciones coloniales/imperiales de Hitler, su afán de unir al pueblo alemán y los mitos de pluralidad y tolerancia en la región que a primer rugido de la guerra acaban en pogromos intervecinales. La región que aparece después de 1945 –tras deportaciones forzadas, limpiezas étnicas y el Holocausto mismo– ya no se asemeja nada a aquella arcadia de los Habsburgo pre-1914. Ni siquiera a un “cinturón de pequeñas ‘naciones multinacionales’” del periodo de entreguerras. El proceso de homogenización étnica en los nuevos países-satélites de la URSS –expulsiones y reubicaciones de las minorías que acompañan al ajuste de fronteras post-Yalta–, son el último clavo en su ataúd. La misma noción acaba vedada por sus connotaciones con el imperialismo alemán –“ni siquiera podíamos pronunciar la palabra Mitteleuropa” (F. Sinowatz dixit)– y por su incompatibilidad con el nuevo papel de la URSS en la región
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