Los adultos hablamos sobre los niños, los adolescentes, los jóvenes. Pero escuchamos poco lo que ellos y ellas tienen para decirnos. Doble esfuerzo cuando se trata de niños, adolescentes y jóvenes pobres. Porque, además de la diferencia generacional está la diferencia social.
Todo intento real de comprensión de un problema requiere la capacidad de reflexionar, de detenernos a escuchar. Desafío difícil cuando priman los contextos conflictivos sobre los solidarios y cooperativos, cuando la desigualdad prima sobre la justicia. Porque cuando nos sentimos violentados cotidianamente, no estamos dispuestos a escuchar; estamos predispuestos a descargar violencia. Y la violencia se derrama fácilmente hacia abajo, se multiplica.
Y abajo están los niños, las niñas y adolescentes pobres.
Todo adulto que se precie de ser responsable de sus propias opiniones y de saber escuchar al otro, podrá descubrir que los chicos y las chicas que pueden estudiar, trabajar, descubrir su sexualidad con información, orientación y sin miedos, optan por esto y no por el delito.
Y si se esgrime el argumento de que hay algunos que “optan” por el delito y que merecen una pena, tendríamos que tener certeza sobre dos cosas: primero, afirmar que ese niño o joven tuvo aquellas otras opciones previamente; segundo, ser consciente de que una pena (internación, tratamiento) que no es adecuada a las necesidades de quien la sufre y respetuosa de su identidad personal y social, sólo logra reproducir la violencia.
Cuando se reflotan proyectos para bajar la edad de imputabilidad de niños y adolescentes, cuando se hegemoniza en el poder político y en el poder económico un proyecto que agudiza las desigualdades sociales… ¿Estamos construyendo democracia o una sociedad más violenta?
Si nos sentimos ciudadanos, responderemos honestamente. Exigir respuestas al estado, en tanto garante de los derechos de la ciudadanía, es ineludible.
Inés Peralta

Respuestas

Respuesta dada por: camilybell
0

Respuesta:

nose

Explicación:

;-;

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hace 9 años