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El lenguaje es un palimpsesto masivo, intangible, en constante cambio, y que probablemente ejerce una de las mayores influencias sobre nuestra vida cotidiana. Debido a su capacidad de adaptarse fácilmente a las normas culturales cambiantes y de incorporar nuevas ideas y palabras, podríamos decir que, básicamente, hace lo que quiere. Por lo tanto, ¿cómo nos aseguramos de que los hablantes de un mismo idioma continúen entendiéndose, especialmente si tenemos en cuenta idiomas como el inglés, el francés y el español, que se hablan en muchos países y regiones diferentes? ¿Y cómo se decide qué palabras y estructuras gramaticales son correctas?
De varios modos, esto es algo que sucede de forma natural, ya que los hablantes, que son aquellos que realmente manipulan este medio de comunicación, crecen con el lenguaje y se adaptan a él como un todo, teniendo en cuenta las diferencias regionales. Sin embargo, muchas lenguas están reguladas por organismos oficiales compuestos por académicos. Entre ellos, algunos de los más conocidos son la Académie Française, que regula la lengua francesa en Francia (en comparación con el regulador en Quebec) y la Asociación de las Academias de la Lengua Española (un grupo compuesto por organismos nacionales de 21 países hispanoparlantes), cuyos mayores aportes los recibe de parte de la Real Academia Española (RAE). El objetivo de estas organizaciones es establecer estructuras y términos de vocabulario oficiales y neutrales, asegurando la conmunicación continua a través de las regiones, pero también con el fin de permitir que nuevas palabras utilizadas muy frecuentemente se incorporen a la lengua de manera oficial, tal como se discutió en la publicación anterior en este blog sobre la RAE, “La RAE en la recta final de una nueva edición“.
De todos modos, los reguladores mencionados anteriormente solo representan algunos de los ejemplos más conocidos. En realidad hay una variedad considerable de diferentes reguladores de la lengua que regulan muchos idiomas en las Américas, Europa, Asia y África, e incluso algunos que regulan lenguas minoritarias tales como el córnico, el gaélico y el asturiano.
Quizá de forma sorprendente, la lengua inglesa en realidad no posee un organismo regulador, a pesar de su influencia como lingua franca contemporánea y su gran cantidad de hablantes. Para buscar reglas y vocabulario oficial y actualizado en inglés, uno puede dirigirse a cualquiera de los dos diccionarios de inglés más importantes: el Merriam-Webster, que se ocupa del inglés de Estados Unidos, y el de Oxford, sobre inglés británico.
Sin embargo, dependiendo de la lengua, el país y el objetivo del organismo regulador individual, el regulador de la lengua puede asumir varios niveles de un enfoque prescriptivo o descriptivo en cuanto a la regulación de la lengua. Un enfoque prescriptivo es aquel que está alineado con el purismo lingüístico y tiende a rechazar la incorporación de muchos términos nuevos, tales como los relacionados con la jerga o anglicismos (palabras de origen inglés adoptadas por un idioma extranjero). Un enfoque descriptivo a la regulación de la lengua es más abierto a las normas cambiantes del lenguaje y tiende a aceptar más regionalismos y anglicismos. De cualquier modo, en los últimos años, la tendencia entre muchos reguladores ha sido mucho más descriptiva de lo que solía ser.
Ajustarse a las normas lingüísticas y adaptarse a las nuevas es lo que los traductores, como lingüistas, mejor saben hacer. Sin importar que tipo de traducción