• Asignatura: Historia
  • Autor: Rubhino6009
  • hace 8 años

Como se entera Eduardo del matrimonio de Rosaura (La emancipada)​

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Respuesta dada por: brainlylat24
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Respuesta:

Al amanecer del día siguiente, recibió Eduardo una carta de un íntimo amigo suyo que estaba en todos sus secretos, quien le decía:

Querido Eduardo: prepara el ánimo para oír cosas terribles: es preciso que cobres fuerzas y leas esta carta hasta el fin. Conforme a lo convenido asistí al baile del Niño.

Son las dos de la mañana: oigo todavía el canto y el tamboril: don Pedro está en el baile y creo que no verá a su hija hasta muy tarde. Puedes aprovechar de los momentos que son preciosos, entre el cura y don Pedro van a sacrificar a Rosaura, si acaso no andas listo.

Don Pedro había apurado las copas como siempre, y se convirtió en hazmerreír de los tunantes. En uno de los corros le hablaron del próximo matrimonio de la monjita (así llaman a Rosaura) y le oí estas palabras que me helaron todas las fibras: «El cura me ha dado un buen novio para ella y le he admitido a ojo cerrado, porque sé que un cierto mocito ha venido ya a amostazarme la sangre. Mañana en la misa de este Niño será la primera amonestación. Pasado mañana en la misa de los paileros será la segunda amonestación. El día de los santos reyes la monjita será esposa legítima de don Anselmo de Aguirre, propietario de terrenos en Quilanga».

Con una angustia mortal, aunque sin dar entero crédito a lo que acababa de oír, me acerqué a hablar con el cura, al tiempo que éste se sentaba en un taburete para saborear un vaso de aguanaje que le acababan de servir. Al mismo tiempo se acercó don Pedro, haciéndole al cura mímicas contorsiones y señalando con el índice a dos viejos que le seguían, dijo:

—Oiga mi padre cura, lo que me dicen estos bellacos: me dicen que hago mal en dejar correr las amonestaciones, antes de haber pedido el consentimiento de la novia, como si mi hija pudiera dejar de consentir en lo que su padre lo mande.

El cura se arrellanó, nos dirigió una mirada a estilo de Sultán: tragó un bocado de aguanaje, produciendo un ruido repugnante, y con afectada gravedad respondió:

—Sin duda no sabrían esos señores que yo soy quien lo ha dispuesto.

—No, señor, no sabíamos —repuso uno, bajando la cabeza.

—Si el señor cura lo ha dispuesto, bien dispuesto está —dijo el otro.

Todos tres se retiraron.

—Señor cura —le dije yo—, el asunto es grave y si me permitiera le haría algunas reflexiones.

—¿Qué reflexiones serán esas? —me respondió sin mirarme y con la vista fija en los que empezaban a bailar.

—La primera es que las hijas no son esclavas ni de sus padres ni de los curas.

—¿Y es un pascasio el lancasteriano quien ha de venir a enseñarme?

—Sí señor, un pascasio lancasteriano, tiene derecho para decir a un señor cura que si en verdad somos cristianos, debemos ser sustancialmente distintos de aquellos pueblos, en que la mujer es entregada como mercancía a los caprichos de un dueño, a quien sirve de utilidad o de entretenimiento, mas no de esposa. El cristiano debe penetrarse de lo que es una esposa conforme al cristianismo, y de que las hijas de la que fue Madre de Dios, deben valer algo más que los animales que se encierran en un redil para que vivan brutalmente.

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