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La Revolución Cubana fue saludada en el mundo por una heterogénea mayoría. En la Argentina importantes diarios como La Prensa y La Nación la elogiaron. Es indudable que la lectura liberal de la que estos medios se hacían eco entendía al proceso cubano como un capítulo más en Latinoamérica de la lucha contra las “tiranías” autóctonas. Desde esta visión, Perón y Batista poseían una misma filiación política. Por lo tanto, el derrocamiento del último era visto como un nuevo triunfo de la “libertad”. Sin embargo, el apoyo homogéneo que atravesaba horizontalmente las clases en breve se diluyó en distancia del gran capital hasta reconvertirse a comienzos de los sesenta en dura crítica. Era claro: éste no se quedaría de brazos cruzados ante una revolución que, como ha sostenido Tulio Halperín Donghi, devolvió al primer plano del debate político latinoamericano la cuestión del imperialismo6. De ese modo, el consenso inicial fue trocándose en enérgicos enfrentamientos protagonizados por dos grandes contendientes, amigos y enemigos de la Revolución Cubana. Con todo, estas posiciones si bien alcanzaron a individuos resultaron más controversiales en lo que respecta a los partidos a comienzos de los sesenta7; porque si bien los conservadores, la Democracia Cristiana y la Federación de Partidos de Centro no tardaron en declararse férreos enemigos de una revolución que viraba al socialismo, no sucedió lo mismo con radicales y peronistas. Lo que unió genéricamente a estas identidades políticas fue cierta ambigüedad: por un lado, vieron con agrado en Cuba la punta de lanza de un proceso liberador que ponía coto en la región a la hegemonía estadounidense; por otro, asistieron con creciente preocupación al ascendente comunista que inspiraba. En ese sentido, a principios de los sesenta las fuerzas políticas más importantes vacilaban en relación a la postura a tomar hacia la isla caribeña.
se k es mucho, pero ojala te ayude :v
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