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En contra de lo que defiende la creencia popular la civilización maya comenzó su declive siglos antes de la llegada de los primeros españoles. Apocalypto, el último trabajo de Mel Gibson, puede ser leída como una explicación de las causas internas de ese ocaso, o como una representación del principio de destrucción que sostiene dentro de si todo imperio, o más llanamente como una brutal y salvaje película de acción, e incluso por último puede ser entendida como un fragmento de un vibrante y sanguinolento poema a la superviviencia en un medio inhóspito.
Un acercamiento a la América precolombina y a sus intentos de pervivir, a través de una inquietante orfebrería visual (cabezas rodando, corazones palpitantes, etc.), que Mel Gibson en un acto de radical independencia transforma en una sprintada carnicería desde el segundo cero hasta el aliento final. Bizarra e hipersensorial persecución contra-reloj que emprende Jaguar, un buen salvaje, al rescate de su mujer y de su hijo. Epopeya que involuntariamente concluye en el principio del fin de la cultura maya, los cuales en un prodigioso final, del que no desvelaremos más, intuyen ante lo que ven que por muy crueles que sean siempre llegará alguien mucho peor a demostrar que la letra con sangre es como mejor entra.
Apocalypto va de eso, de un final, aunque también del principio de Jaguar y su familia en lo más profundo de la selva, el único lugar en el que todavía no se confunde progresismo con armas mejores. Jaguar compar
te la esperanza común de que como en todo eclipse al final vuelva a lucir el sol.