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San Emeterio y San Celedonio, oriundos de Calahorra (La Rioja), sufrieron en esta localidad el martirio durante la persecución romana de Diocleciano, en torno al año 298. Emeterio y Celedonio, seguramente hermanos, militaban en las legiones romanas pero las abandonaron para profesar, públicamente, su fe cristiana. Por esa razón fueron llevados ante un tribunal en el que confesaron su fe, por lo que fueron condenados a prisión durante algún tiempo. Más tarde, en las afueras de la ciudad, junto al río Cidacos, sufrieron el martirio y fueron decapitados un 3 de marzo. Sus restos quedaron sepultados allí hasta que, posteriormente, las reliquias de los Santos Mártires fueron llevadas a Cantabria para protegerlas de las incursiones árabes, tal como también ocurrió con otras muchas que se veneraban entonces.
Las reliquias de san Emeterio y san Celedonio estuvieron ocultas durante mucho tiempo bajo la actual Iglesia de El Cristo, en Santander, pero en unas excavaciones realizadas en 1531 se hallaron y se preservaron en los dos relicarios que se usan en la actualidad para ser expuestas al culto en este templo, donde ahora reposan.
La devoción a los Santos Mártires no sólo afecta a Santander, ciudad que, probablemente, tomara su nombre de San Emeterio, sino también a toda la región de Cantabria. El Papa Pío VI, a petición del entonces obispo de Santander, Rafael Tomás Menéndez de Luarca (1784-1819), en un Breve del 30 de septiembre de 1791, los declaró Patronos de la Diócesis de Santander.