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El caso de la novela es particularmente interesante si se observa desde tres perspectivas: en primer lugar, desde lo que Millan Kundera ha identificado como las "llamadas no escuchadas de la novela"; en segundo lugar desde una revisión de su historia que devela el carácter antidiscursivo original del género y, finalmente, desde lo que Walter Ong denomina la "transformación de la línea narrativa".
En su libro El Arte de la Novela, Kundera nos advierte que no sólo es posible, sino necesario hablar de un fin o muerte de la novela en el sentido de su agotamiento en la unidimensionalidad de su historia. Para Kundera, el destino de la novela se parece menos al de una mina de carbón agotada que al del cementerio de las ocasiones perdidas: aún es posible imaginar otras historias de la novela (en todo caso distintas a la que determinó el discurso moderno, para el cual lo importante era la verosimilitud, el decorado realista, el rigor cronológico) y específicamente, si se atendiese "ciertas llamadas no escuchadas", sería posible incluso establecer derroteros distintos:
La primera llamada es la del juego, propuesta en el Tristam Shandy, de Laurence Steme, y en Jack el fatalista, de Denis Diderot; obras donde la levedad y el juego determinan una estructura, obras que no se preocupan por la verosimilitud o la referencia realista, sino que proponen una lógica distinta, una especie de "paralógica" .
La segunda llamada es la del sueño, sobre todo la que plantean las obras de Kafka. En la obra de Kafka, la imaginación "explota" como en un sueño y se libera así de la verosimilitud.
Una tercera llamada es la que proponen obras como las de Musil o Broch, quienes incluyen en la estructura de la novela estrategias discursivas propias de la inteligencia y el pensamiento con el propósito de convertirla, no en ensayo, sino en una especie de "síntesis intelectual".
Finalmente está la llamada del tiempo, que aparece en obras como la de Carlos Fuentes o Denzil Romero que logran franquear los límites temporales de una vida individual en los que la novela tradicionalmente se había encerrado.
En realidad, la historia de la novela podría entenderse como la de su propia auto-limitación, pero también como la de su esclavitud frente a un tipo de discurso organizador que la obliga a una presentación de tipo "verosímil" y "realista" como garantía de performatividad. La novela, sin embargo, puede emprender otros caminos, especialmente si se recupera y se recuerda constantemente su origen antidiscursivo.
Si bien es cierto que, como nos lo muestra Julia Kristeva en su libro El Texto de la Novela, en su nacimiento como género (es decir, como procedimiento estructural), el texto novelesco tuvo que asumir la necesidad de expresarse, aún en contra de su intención antidiscursiva original, dando origen así a un tipq de significado retórico que enmascaraba esa trasgresión antidiscursiva propia de su modo de ser, seria posible aún que la novela (la posmodema) retornase radicalmente ese origen, en un intento renovado y quizás definitivo por liberarse del discurso y de la expresividad (es decir, de la obligación de hacerse "presentable"). Desde este punto de vista, es posible comprender el propósito de la novela posmodema de superar esa "incapacidad" estructural que le impidió liberarse de su dependencia del sujeto del discurso (dependencia que le garantizó, no obstante, un sentido y un significado) hasta poder incluir el no sentido, el antisignificado, la trasgresión tanto de la lógica como de la retórica y encontrar en la multiplicidad y el desenmascaramiento (bricolage y metaficción) una salida, un destino renovado.
Así, a la anti-representatividad de la máscara (que le permitió liberarse del sujeto parlante, anular la distancia destinador/destinatario y encamar el tiempo mediante una estrategia retórica, pero que no la liberó del discurso) habría seguido (tras un proceso de autoconciencia que tendría antecedentes en Joyce, el surrealismo, Becket, el noveau roman y otros movimientos) una actitud anti-discursiva radical: la novela posmodema sería este tipo de acto que hace conciencia de la tarea incompleta (la novela sólo logró sustituir un sentido lógico por uno retórico) y propone el no-sentido, el no discurso, la desaparición de la línea estructural omnisciente.