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Degollamiento de víctima sacrificial.
El sacrificio constituye el «corazón» de la mayor parte de los rituales religiosos de la Antigua Grecia y, al igual que los otros ritos, adopta también formas diversas, hasta el punto de que, en Grecia, resulta más apropiado hablar de los sacrificios.
Sin embargo, durante la Grecia Clásica, se impuso sobre los demás un tipo especial de sacrificio en la práctica colectiva de la polis, para expresar al mismo tiempo los lazos de solidaridad entre los ciudadanos y la comunicación con el mundo divino, y que la armonía con este último permite y garantiza el funcionamiento de la comunidad humana, a la distancia debida de los animales y de los dioses.
Este sacrificio, que se podría definir como un sacrificio cruento de tipo alimentario, consiste en el degollamiento ritual de uno o varios animales, una parte de los cuales se ofrece a los dioses por medio de la cremación sobre el altar y el resto es consumido por los participantes en el sacrificio, según distintas modalidades. Iniciado con un gesto de consagración, se termina en la cocina. De hecho, sin las reglas de este sacrificio, el hombre no puede comer la carne de los animales sin correr el riesgo de caer a su vez en la «animalidad».
El sacrificio puede ser ofrecido por un particular y dar lugar a una fiesta doméstica, por ejemplo con motivo de un matrimonio; puede tener lugar en un santuario, a petición de un particular o de una asociación, o incluso a petición de una ciudad.
El sacrificante puede ser el mismo cabeza de familia, en el primero de los casos, o un mágeiros: un profesional contratado para la ocasión, que actúa como sacrificante y cocinero a la vez. En los santuarios, en general, suelen ser los sacerdotes encargados del culto los que realizan los sacrificios en nombre de los sacrificantes.