• Asignatura: Filosofía
  • Autor: darlymh79
  • hace 8 años

resumen de la trenza de sus cabellos de ricardo palma

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Respuesta dada por: MajoRGimenez
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La obra trata de una joven limeña llamada Mariquita Martínez, quien poseía gracia y desenvoltura, a ella le gustaba pasear por el puente con un traje muy blanco de zaraza, blanco pañuelo de tul, y la cabeza cubierta de jazmines. En la época colonial el Puente en las noches, era el punto de cita para todos, allí se encontraban los jóvenes elegantes, admirando a las limeñas que salían a aspirar la fresca brisa, la moda para las mujeres no era llevar atavíos de pedrería sino flores.

La cabellera de Mariquita era uno de sus mejores rasgos, su vanidad era lucir dos suntuosas trenzas, una noche que iba Mariquita por el Puente lanzando miradas y respondiendo sonrisas, cuando un hombre la agarró por la cintura y con una afilada navaja le  cortó una trenza, la chica quedó despojada de su trenza y para que no la llamasen Mariquita la pelona, ingresó en un convento y no volvieron a hablar de ella.

La persona que había cortado la trenza era hijo de un español y de una india, de nombre Baltasar Gavilán. El fraile guardián de San Francisco, era padrino de Baltasar quien profesaba a su ahijado gran cariño, le dio un sermón de tres horas al enterarse del motivo de las penas del joven. El alcalde exigió que llevaran al delincuente y Mariquita reconsideró que, así ahorcaran a su enemigo, no iba a recuperar la trenza. Baltasar, fue castigado recluyéndolo en el monasterio,  para entretenerse en su forzada vida monástica, comenzó a esculpir un trozo de madera y con él hizo los bustos de la Virgen, el niño Jesús, los tres Reyes Magos y todos los accesorios del Belén, quedando los visitantes del guardián maravillados por su obra artística. Animado por los elogios, Gavilán se dedicó a realizar imágenes de tamaño natural, no sólo en madera, sino también en piedra de Huamanga, las cuales algunas existen en diversas iglesias de Lima.

El virrey marqués de Villagarcía, al enterarse de las virtudes del escultor se presentó en la celda convertida en taller y declaró que se habían quedado cortos en elogios los que habían conocido de su obra, conversó con el artista; y éste alentado por la gentileza del virrey le dijo que le aburría el encierro al que estaba sometido, después de tres años de vida conventual, anhelando su libertad. El marqués le dijo que la sociedad necesitaba una compensación y como en el Puente se originó el escándalo, entonces era preciso que exhibiese una obra que hiciera olvidar la falta y admirar el genio del artista, luego Baltazar esculpió la estatua ecuestre de Felipe V que fue colocada en el arco del Puente.

Baltasar, desde los tiempos en que vivió asilado en el monasterio, se había entregado a la bebida y sus mejores figuras las realizó en completo estado de embriaguez, esculpió una perfecta imagen de la muerte con su guadaña y para celebrarlo fue con sus amigos y se embriagó. Despertando a media noche, la guadaña de la Parca parecía erguida sobre Baltasar quien bajo la influencia del alcohol, desconoció la obra, dando terribles gritos, el gran escultor murió loco el mismo día en que terminó el esqueleto.



Respuesta dada por: lizaa3
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Allá por los años de 1731 paseábase muy risueña por estas calles de Lima Mariquita Martínez, muchacha como una perla, mejorando lo presente, lectora mía. Paréceme estarla viendo, no porque yo la hubiese conocido ¡qué diablos! (pues cuando ella comía pan de trigo, este servidor de ustedes no pasaba de la categoría de proyecto en la mente del Padre Eterno), sino por la pintura que de sus prendas y garabato hizo un coplero de aquel siglo, que por la pinta debió ser enamoradizo y andar bebiendo los vientos tras de ese pucherito de mistura. Marujilla era de esas limeñas que tienen más gracia andando que un obispo confirmando, y por las que dijo un poeta:

«Parece en Lima más clara

la luz, que cuando hizo Dios

el sol que al mundo alumbrara,

puso amoroso en la cara

de cada limeña, dos».

, para distraerse en su forzada vida monástica, empezó por labrar un trozo de madera y hacer de él los bustos de la Virgen, el niño Jesús, los tres Reyes Magos y, en fin, todos los accesorios del misterio de Belén. Aunque las figuras eran de pequeñas dimensiones, el conjunto quedó lucidísimo y los visitantes del guardián propalaban que aquello era una maravilla artística. Alentado con los elogios, Gavilán se consagró a hacer imágenes de tamaño natural, no sólo en madera, sino en piedra de Huamanga, algunas de las cuales existen en diversas iglesias de Lima.

La obra más aplaudida de nuestro artista fue una Dolorosa, que no sabemos si se conserva aún en San Francisco. El virrey marqués de Villagarcía, noticioso del mérito del escultor, quiso personalmente convencerse, y una mañana se presentó en la celda convertida en taller. Su excelencia, declarando que los palaciegos se habían quedado cortos en el elogio, departió familiarmente son el artista; y éste, animado por la amabilidad del virrey, le dijo que ya le aburría la clausura, que harto purgada estaba su falta en tres años de vida conventual y que anhelaba ancho campo y libertad. El marqués se rascó la punta de la oreja, y le contestó que la sociedad necesitaba un desagravio, y que pues en el Puente había dado el escándalo, era preciso que en el Puente se ostentase una obra cuyo mérito hiciese olvidar la falta del hombre para admirar el genio del artista. Y con esto, su excelencia giró sobre los talones y tomó el camino de la puerta.

En la descripción que de estas fiestas hemos leído, son grandes los encomios que se tributan al artista. Desgraciadamente para su gloria, no le sobrevivió su obra; pues en el famoso terremoto de 1746, al derrumbarse una parte del arco, vino al suelo la estatua.

Y aquí queremos consignar una coincidencia curiosa. Casi a la vez que caía de su pedestal el busto del monarca, recibiose en Lima la noticia de la muerte de Felipe V a consecuencia de una apoplejía fulminante, que es como quien dice un terremoto en el organismo.

Los padres agustinianos sanaban, hasta poco después de 1824, la célebre procesión de Jueves Santo, que concluía, pasada la media noche, con no poco barullo, alharaca de viejas y escapatoria de muchachas. Más de veinte eran las andas que componían la procesión, y en la primera de ellas iba una perfecta imagen de la muerte con su guadaña y demás menesteres, obra soberbia del artista Baltasar Gavilán.

El día en que Gavilán dio la última mano al esqueleto fueron a su taller los religiosos y muchos personajes del país, mereciendo entusiasta y unánime aprobación el buen desempeño del trabajo. El artista alcanzaba un nuevo triunfo.

Baltasar, desde los tiempos en que vivió asilado en San Francisco, se había entregado con pasión al culto de Baco, y es fama que labró sus mejores efigies en completo estado de embriaguez.

Hace poco leí un magnífico artículo sobre Edgardo Poe y Alfredo de Musset, titulado El alcoholismo en literatura. Baltasar puede dar tema para otro escrito que titularíamos El alcoholismo en las Bellas Artes.

Para celebrar el buen término de la obra que le encomendaron los agustinos, fuese Baltasar con sus amigos a la casa de bochas y se tomó una turca soberana. Agarrándose de las paredes, pudo a las diez de la noche volver a su taller, cogió pedernal, eslabón y pajuela, y encendiendo una vela de sebo se arrojó vestido sobre la cama.

A media noche despertó. La mortecina luz despedía un extraño reflejo sobre el esqueleto colocado a los pies del lecho. La guadaña de la Parca parecía levantada sobre Baltasar.

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