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Como los griegos antiguos, me veo obligado a interpretar el oscuro capricho del Oráculo que ha vinculado estas dos circunstancias.
Alemania se me presenta como una especie de Olimpo, y España viene a ser el Argos-Micenas conmovido por los infortunios de sus gobernantes, la familia desgraciada de los Átridas.
Con un poquito de osadía y algo de imaginación se pueden establecer paralelismos entre los gobiernos de España y también de sus autonomías y la casa de Atreo, ese griego atribulado que se vengó de su hermano Tiestes matando a sus hijos (los de Tiestes) sirviéndoselos de menú. A Atreo le sucedió Agamenón, casado con Clitemnestra. Camino de Troya, Agamenón degolló a la hija de ambos, Ifigenia, en Aulide para calmar un mosqueo de Artemisa cazadora con el rey en una de sus monterías. A su vuelta de la Tróade humeante, fue muerto por Clitemnestra y su amante Egisto, y éstos a su vez ajusticiados por Orestes, que pasa a espada a su madre y a su adúltero tío (Egisto era hijo de Tiestes, éste también aficionado al adulterio), y es perseguido por las Erinias furiosas allá donde va. Hasta que, refugiado en Atenas, se somete al juicio del Aerópago, que escucha a Palas y a Apolo, partidarios del atribulado Orestes. En el proceso se ve que Orestes, al vengar a su padre, no hacía sino obedecer un mandato de la Pitonisa de Delfos, patrocinado por Apolo, el verdadero artífice de la venganza. Orestes es absuelto, y las histéricas y vagabundas Erinias (Furia, Discordia y otras temibles hermanas nacidas de la sangre de los genitales de Urano) son transformadas por Atenea en Euménides (Benévolas), y se les construye con subvención divina un hogar-templo cerca de la Acrópolis.
A los no familiarizados con mitos griegos, esto les sonará a melodrama de teleserie. Sin embargo, la Orestiada fue una de las primeras tragedias de las que queda constancia. Y si se sabe leer, se encuentran en ella los peores vicios de la clase política y financiero-empresarial española. Codicia (apetito desordenado de riquezas), bajeza moral, sed de venganza de las afrentas familiares, arrogancia y soberbia…
Decía que Alemania es el Olimpo, y España el mundo de los mortales, en esta semejanza que me ha sobrevenido sin yo haberla preparado. En el Olimpo viven los dioses, tan amorales y canallescos entre ellos como los humanos, pero celosos cumplidores de las normas, leyes y decisiones de las Moiras, y sometidos al castigo implacable de Estigia si no hacen justicia a sus promesas.
Allá abajo, al Sur, los humanos debaten con mezquindad sus carnales miserias, traicionando sus compromisos, estafándose (cometiendo adulterio), corrompiéndose con los préstamos de los dioses, y sacrificando en vano víctimas propiciatorias al dios Mammón.
La belleza del orden germánico, en este caso, franconio. En la foto de arriba, una sirena se zambulle en el Olimpo alemán del consumo.
Pasear por las calles de Núremberg es como darse un garbeo por el Olimpo. Todo está limpio, ordenado, casi nuevo, incluso los barrios marginales. Todo tipo de personas se suben al tranvía y al metro, pero predominan la gente de orden, bien comida y bien vestida, aunque sea con modestia. Decenas de ciudadanos pedalean en bicicleta, algunos de ellos con setenta años a las espaldas, aunque llueva y sople un cierzo de narices. Se distinguen los turcos y los griegos (no entre sí) de los alemanes, y se ve a grupos de jóvenes, muchachos y muchachas de todos los colores, comunicándose en alemán con la naturalidad de sus equivalentes españoles, incluso con los gritos y saludos guturales de todos los adolescentes. Pero no se observa ninguna grieta social, ningún desorden. Tropelías las habrá, como en todas partes, pero la diferencia de los mortales con los inmortales es que los segundos son, por naturaleza, competentes, casi perfectos, lo hacen todo bien, incluyendo los delitos y abusos.
Alemania se me presenta como una especie de Olimpo, y España viene a ser el Argos-Micenas conmovido por los infortunios de sus gobernantes, la familia desgraciada de los Átridas.
Con un poquito de osadía y algo de imaginación se pueden establecer paralelismos entre los gobiernos de España y también de sus autonomías y la casa de Atreo, ese griego atribulado que se vengó de su hermano Tiestes matando a sus hijos (los de Tiestes) sirviéndoselos de menú. A Atreo le sucedió Agamenón, casado con Clitemnestra. Camino de Troya, Agamenón degolló a la hija de ambos, Ifigenia, en Aulide para calmar un mosqueo de Artemisa cazadora con el rey en una de sus monterías. A su vuelta de la Tróade humeante, fue muerto por Clitemnestra y su amante Egisto, y éstos a su vez ajusticiados por Orestes, que pasa a espada a su madre y a su adúltero tío (Egisto era hijo de Tiestes, éste también aficionado al adulterio), y es perseguido por las Erinias furiosas allá donde va. Hasta que, refugiado en Atenas, se somete al juicio del Aerópago, que escucha a Palas y a Apolo, partidarios del atribulado Orestes. En el proceso se ve que Orestes, al vengar a su padre, no hacía sino obedecer un mandato de la Pitonisa de Delfos, patrocinado por Apolo, el verdadero artífice de la venganza. Orestes es absuelto, y las histéricas y vagabundas Erinias (Furia, Discordia y otras temibles hermanas nacidas de la sangre de los genitales de Urano) son transformadas por Atenea en Euménides (Benévolas), y se les construye con subvención divina un hogar-templo cerca de la Acrópolis.
A los no familiarizados con mitos griegos, esto les sonará a melodrama de teleserie. Sin embargo, la Orestiada fue una de las primeras tragedias de las que queda constancia. Y si se sabe leer, se encuentran en ella los peores vicios de la clase política y financiero-empresarial española. Codicia (apetito desordenado de riquezas), bajeza moral, sed de venganza de las afrentas familiares, arrogancia y soberbia…
Decía que Alemania es el Olimpo, y España el mundo de los mortales, en esta semejanza que me ha sobrevenido sin yo haberla preparado. En el Olimpo viven los dioses, tan amorales y canallescos entre ellos como los humanos, pero celosos cumplidores de las normas, leyes y decisiones de las Moiras, y sometidos al castigo implacable de Estigia si no hacen justicia a sus promesas.
Allá abajo, al Sur, los humanos debaten con mezquindad sus carnales miserias, traicionando sus compromisos, estafándose (cometiendo adulterio), corrompiéndose con los préstamos de los dioses, y sacrificando en vano víctimas propiciatorias al dios Mammón.
La belleza del orden germánico, en este caso, franconio. En la foto de arriba, una sirena se zambulle en el Olimpo alemán del consumo.
Pasear por las calles de Núremberg es como darse un garbeo por el Olimpo. Todo está limpio, ordenado, casi nuevo, incluso los barrios marginales. Todo tipo de personas se suben al tranvía y al metro, pero predominan la gente de orden, bien comida y bien vestida, aunque sea con modestia. Decenas de ciudadanos pedalean en bicicleta, algunos de ellos con setenta años a las espaldas, aunque llueva y sople un cierzo de narices. Se distinguen los turcos y los griegos (no entre sí) de los alemanes, y se ve a grupos de jóvenes, muchachos y muchachas de todos los colores, comunicándose en alemán con la naturalidad de sus equivalentes españoles, incluso con los gritos y saludos guturales de todos los adolescentes. Pero no se observa ninguna grieta social, ningún desorden. Tropelías las habrá, como en todas partes, pero la diferencia de los mortales con los inmortales es que los segundos son, por naturaleza, competentes, casi perfectos, lo hacen todo bien, incluyendo los delitos y abusos.
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