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Por la propia condición de la fotografía, resulta difícil aportar visiones nuevas en la edición anual del cartel. Las propias limitaciones de la fotografía (el hecho de reflejar lo que sucede, ni más ni menos) hacen que el fotógrafo siempre se vea encorsetado entre unos límites que hacen cada vez más complejo impactar visualmente con un trabajo fotográfico.
Máxime en la Semana Santa de hoy día, donde las hermandades en la calle están rodeadas de numerosa contaminación visual, de elementos que restan belleza o equilibro a la fotografía y que enumerarlos sería una tarea prolija. En cambio, la pintura ofrece una libertad y una flexibilidad que sería interesante barajar.
Por ello, si estamos ante un momento en el que el modelo fotográfico sufre un notable desgaste para hacer, de un cartel, un elemento impactante y novedoso, no sería descabellado plantear seriamente la opción de la pintura para esta función. Quizás ha llegado el momento de dar paso también a esta modalidad artística, alternándola con la fotografía o usándola cada cierto tiempo por algún motivo o efeméride en especial. En todo caso, la pintura como medio de expresión para el cartel permitiría que la fotografía no sufriera ese desgaste anual, tras más de tres décadas. Lógicamente, el concurso de fotografía es importante que se mantenga, para seguir fomentando la actividad de los fotógrafos y la relación de éstos con las cofradías. Así, enn el caso de que algún año se optara por pintura, podría seguirse convocando todos los premios (portada librito, cortejo y mejor detalle) salvo el primero, evidentemente.
Máxime en la Semana Santa de hoy día, donde las hermandades en la calle están rodeadas de numerosa contaminación visual, de elementos que restan belleza o equilibro a la fotografía y que enumerarlos sería una tarea prolija. En cambio, la pintura ofrece una libertad y una flexibilidad que sería interesante barajar.
Por ello, si estamos ante un momento en el que el modelo fotográfico sufre un notable desgaste para hacer, de un cartel, un elemento impactante y novedoso, no sería descabellado plantear seriamente la opción de la pintura para esta función. Quizás ha llegado el momento de dar paso también a esta modalidad artística, alternándola con la fotografía o usándola cada cierto tiempo por algún motivo o efeméride en especial. En todo caso, la pintura como medio de expresión para el cartel permitiría que la fotografía no sufriera ese desgaste anual, tras más de tres décadas. Lógicamente, el concurso de fotografía es importante que se mantenga, para seguir fomentando la actividad de los fotógrafos y la relación de éstos con las cofradías. Así, enn el caso de que algún año se optara por pintura, podría seguirse convocando todos los premios (portada librito, cortejo y mejor detalle) salvo el primero, evidentemente.
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