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El origen del Imperio Bizantino se ubica en la decisión del Emperador Diocleciano a finales del siglo III de administrar el Sacro Imperio Romano de manera más eficiente a través de dos partes, cada una gobernada por un emperador augusto, un vice-emperador y un futuro heredero.
Este modelo permaneció vivo hasta la muerte de Diocleciano y produjo luego un conjunto de guerras intestinas a las que puso fin Constantino I, unificando ambas mitades del Imperio y declarando a Bizancio como la nueva capital (“Nueva Roma” se llamó, pero se la conoció popularmente como Constantinopolis, la ciudad de Constantino). En esa época también se asumió el cristianismo como religión oficial del Imperio.
Posteriormente, la muerte de Teodosio I en 395 dividió de nuevo el Imperio, cuando sus dos hijos heredaron cada uno una mitad: Flavio Honorio la mitad occidental, con capital en Roma; y Arcadio la mitad oriental, con capital en Bizancio.
El imperio occidental encontraría su fin en 476. El oriental se extendería por casi setecientos años más.