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A diferencia de otras especies, el ser humano es consciente de su existencia, esta capacidad le permite tener en claro su mortalidad, que muchas veces es rechazada por el temor que genera. De este modo, varias personas buscan confort en ciertas religiones, que prometen la redención, reencarnación u otro proceso fantástico. No obstante, es necesario aceptar que toda persona va morir en algún momento, ya sea por causas naturales o de manera inesperada. Solo de este modo se puede apreciar mejor la vida.
El problema es que en la actualidad existe una auténtica tanatofobia, que representa el miedo injustificado al hecho de morir. Esto ha provocado que la misma palabra “muerte” sea sustituida en muchos vocabularios por eufemismos, en búsqueda de desligarla de sensaciones como el dolor y el sufrimiento. Mientras que en las sociedades antiguas la muerte era una parte esencial de la experiencia que constituye el ciclo vital, y los cadáveres solían mantenerse en la proximidad de los hogares. Ahora en cambio, se opta por ocultarlos y sepultarlos lo más lejos posible de las ciudades.
El consumo de alcohol y otras drogas, así como el trabajo y el ocio, se han convertido en herramientas para evadir el sentimiento trágico y la angustia que produce la muerte. Al transformarse en un tabú se han dejado de lado la reflexión y meditación sobre su inevitabilidad, un proceso que antes ayudaba a las personas a desarrollar una mayor valoración sobre la vida. Esto también se traducía en priorizar a los seres queridos, disfrutando al máximo cada momento con ellos.
Las nuevas generaciones no comprenden la fragilidad de su existencia, y suelen desperdiciar el tiempo en actividades poco relevantes que caracterizan a esta era digital. Una forma de combatir esto es mediante la literatura de antaño, especialmente las obras que se enfocan en analizar la condición humana y el sentido de la vida. Se tratan de libros donde se revelan los conflictos y temores que toda persona atraviesa como parte de la introspección, y que al ser experimentados revelan una sabiduría que solo es posible encontrar por uno mismo.
Aunque la certeza de la muerte puede resultar en un primer instante algo aterrador, también permite entender que cada día posee un valor incalculable. Cuando se tiene esto en claro, cualquier individuo llega a la conclusión de que debe descartar todo aquello que resulta frívolo y superficial. Dentro de lo posible, el tiempo no tiene que ser desperdiciado de ninguna forma, y debe enfocarse a la trascendencia personal en distintos niveles.