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El periodista y escritor quiteño, Raúl Andrade, hizo una de las descripciones más hermosas de Eloy Alfaro Delgado. Él lo conoció cuando era niño y recordaba las palabras de su abuelo materno, quien lo llamaba el “indio Alfaro”, aunque su abuelo paterno luchó por el liberalismo.
Pero para Andrade, dueño de una pluma mordaz, Alfaro era de “arcilla terrígena y templada, como la mayoría de hombres de esta comarca vegetal y abrupta (…) No había en él ningún signo de prepotencia y vanidad. Era un soldado de barro cocido”.
Hoy, se recuerdan 120 años de la Revolución que lideró Alfaro y que cambió la vida de todos los ecuatorianos. La Revolución Alfarista implicó una transformación profunda para la Patria. Su obra va mucho más allá: el ingreso de la mujer a la administración pública, la supresión de la pena de muerte, la eliminación de la tributación indígena, la modernización del correo, la implantación del servicio telegráfico, las reformas a la Ley de Cultos, la Ley de Divorcio, son obras del Liberalismo.
Sin embargo, es en el campo de la educación, en que el genio de Alfaro se manifiesta en toda su profundidad: el fortalecimiento de la educación laica, la creación de colegios fiscales –tanto para hombres como para mujeres- y el apoyo a la preparación universitaria, son parte de este proceso profundamente transformador”.
Alfaro era un patriota convencido, ponía a su Patria por encima de todo, pero al mismo tiempo, consideraba universal la lucha por la libertad, la democracia, la soberanía y el bienestar de los pueblos de América.
El pensamiento Alfarista es profundamente humanista y absolutamente solidario. El Viejo Luchador pensaba primero qué podía hacer por los demás. Creyó en un Estado al servicio del ser humano y no en un ser humano al servicio del Estado.
El 22 de diciembre de 1906, en Quito, se expidió la XII Constitución que estableció la separación de la Iglesia y el Estado, esta Carta Magna fue denominada “atea” por parte de los conservadores, quienes no entendían el cambio de época que vivía el mundo en ese tiempo.
Es así que la Revolución Alfarista incorporó a la mujer al espacio público y el reconocimiento de la ciudadanía para las minorías. Alfaro, el padre del ferrocarril que unió el país hace más de un siglo, debe permanecer intacto en las nuevas generaciones de la Patria.