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Esta celebración tiene orígenes prehispánicos y con la llegada de los españoles se movieron a principios de noviembre para que coincidieran con las festividades católicas del Día de todos los Santos y Todas las Almas.
El día de muertos no es para pedir calaverita es para ofrendar, o sea rendirle un tributo a nuestros seres que ya fallecieron.
Se colocan veladoras y flores para atraer y guiar a las almas en su regreso a nuestro plano terrenal.
Las ofrendas deben lucir muy coloridas, con el papel picado, las flores, la comida y más, como símbolo de alegría por su regreso.
La flor representativa en esta época es el Cempasúchitl. Gracias a su color amarillo intenso y aroma ayudan para atraer a las almas.
No se utilizan máscaras, trajes o disfraces para aterrorizar. Sin embargo, se puede optar por vestirse de Catrina, una calavera elegante que representa a la muerte.
Las calaveras de azúcar o chocolate y el pan de muerto son golosinas típicas de la época. En el caso de las calaveras se acostumbra regalarles a los seres allegados con su nombre en la frente o bien colocarlas en la ofrenda con el nombre de la persona que ya murió.