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Kimba el reno.
Después de años de fiel servicio, el padre de Kimba fue retirado del trineo de Papa Noel, dada su avanzada edad. Un puesto hereditario, que pasaba desde tiempos inmemorables de padres a hijo y que muy pronto debía asumir el joven Kimba.
Una gran responsabilidad, para la que no se sentía preparado y cuyo peso le causaba tal zozobra, que sin que nadie se diera cuenta, se escapó de su cruel destino. Sin ningún sitio a donde ir, voló y voló, hasta encontrar una pequeña cueva en la que poder descansar un rato.
Cuando sus padres se dieron cuenta de la locura que había hecho su hijo, comenzaron a buscarle desesperadamente por todo el Polo, con la ayuda del resto de los renos y Papa Noel. A punto de darse por vencidos, encontraron al pequeño, durmiendo plácidamente en la caverna.
-Kimba, hijo mío. ¿Por qué nos has hecho esto? –Dijo la madre con lágrimas en los ojos-
-Siento que sufras mamá, pero es que no quiero tirar de ese pesado trineo.
-Es una tradición familia-dijo su padre muy enfadado- de la que debes hacerte cargo, como hicieron todos nuestros ancestros. Comprendo que estés asustado, pues todos lo estuvimos la primera vez al llevar el trineo, pero debes pensar que sin nosotros, miles de niños se quedarían sin sus regalos.
Tras un largo silencio, Kimba dijo:
-Tienes razón papá, he sido un egoísta al pensar únicamente en mi beneficio. Cuando tenga miedo o me parezca imposible continuar, siempre recordaré tus palabras.
La caja dorada
Hace un tiempo, un hombre tenía una hija, su hija era la luz de su existencia, tan hermosa como una estrella.
Hasta que un día castigó a su pequeña niña de 3 años por desperdiciar un rollo de papel de envolver dorado brillante como dos esmeraldas, lo dejó hecho polvo.
El dinero era escaso en esos días, se iba volando como el viento por lo que el padre explotó en furia; cuando vio a la niña tan tranquila como un pájaro al vuelo tratando de envolver una caja para ponerla debajo del árbol de Navidad.
No obstante, a la mañana siguiente, la niña alegre le llevó el regalo a su padre y le dijo.
-"Esto es para ti, Papito".
Él se sintió avergonzado por su reacción de furia, pero volvió a explotar cuando vio que la caja estaba vacía.
Entonces, le volvió a gritar tan veloz cual tornado diciendo.
-"¿Acaso no sabes que cuando das un regalo a alguien se supone que debe contener algo adentro?”
La pequeñita miró a su padre con lágrimas en los ojos y le dijo:
-"Oh, Papito, no está vacía, yo soplé muchos besos adentro de la caja, todos para ti mi Papito querido".
El padre se sintió morir, puso sus brazos alrededor de la niña y le suplicó que lo perdonara.
Se ha dicho que el hombre guardó esa caja dorada cerca de su cama por años y años y siempre que se sentía deprimido, él tomaba de la caja un beso imaginario y recordaba el amor que su niña había puesto ahí.