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La presencia de la Expedición Geodésica Francesa sirvió, entre otras cosas, para que nuestro país adquiriese alguna notoriedad en el mundo y, de una forma indirecta, influenció para que la Audiencia de Quito pasara a llamarse Ecuador.
Carlos de La Condamine, director de la expedición, publicó en 1751 un libro titulado ‘Relación del viaje hecho por orden del Rey al Ecuador, que sirve de introducción histórica a la medida de los tres primeros grados del meridiano’. En consecuencia, alguien, al referirse a nuestro país, lo comenzó a llamar Ecuador.
Al separarnos de la Gran Colombia el 13 de mayo de 1830, en la que se nos había dado el nombre de Departamento del Sur, se hacía necesario adoptar un nombre para el nuevo Estado. En la Asamblea Constituyente de Riobamba, celebrada el 14 de agosto de 1830, se elabora la Carta Fundamental en la que se establece que “los departamentos del Azuay, Guayas y Quito quedan reunidos entre sí, formando un solo cuerpo independiente con el nombre de Estado del Ecuador”.
La decisión de los delegados de Cuenca y Guayaquil al no adoptar el nombre de República de Quito, generó que se renuncie a una buena parte de nuestro territorio que quedó en poder de Colombia.
Estos territorios fueron las ahora ciudades de Ipiales, Pasto, Popayán, Cali y Buenaventura. En buenas cuentas, hemos perdido más territorios con la “fraterna Colombia que con Perú”.
Es tarde para remediar el desafuero, pero vale mencionar que el nombre perjudicó en forma determinante a nuestro país. Aún ahora se nos sigue confundiendo a nivel mundial con algún lugar ubicado en la línea ecuatorial, preferiblemente África.
Por lo menos, uno de los decretos de la Primera Constitución subsistió y determina: “La capital del Estado ecuatoriano será siempre e irrevocablemente, la ciudad de Quito”.
Carlos de La Condamine, director de la expedición, publicó en 1751 un libro titulado ‘Relación del viaje hecho por orden del Rey al Ecuador, que sirve de introducción histórica a la medida de los tres primeros grados del meridiano’. En consecuencia, alguien, al referirse a nuestro país, lo comenzó a llamar Ecuador.
Al separarnos de la Gran Colombia el 13 de mayo de 1830, en la que se nos había dado el nombre de Departamento del Sur, se hacía necesario adoptar un nombre para el nuevo Estado. En la Asamblea Constituyente de Riobamba, celebrada el 14 de agosto de 1830, se elabora la Carta Fundamental en la que se establece que “los departamentos del Azuay, Guayas y Quito quedan reunidos entre sí, formando un solo cuerpo independiente con el nombre de Estado del Ecuador”.
La decisión de los delegados de Cuenca y Guayaquil al no adoptar el nombre de República de Quito, generó que se renuncie a una buena parte de nuestro territorio que quedó en poder de Colombia.
Estos territorios fueron las ahora ciudades de Ipiales, Pasto, Popayán, Cali y Buenaventura. En buenas cuentas, hemos perdido más territorios con la “fraterna Colombia que con Perú”.
Es tarde para remediar el desafuero, pero vale mencionar que el nombre perjudicó en forma determinante a nuestro país. Aún ahora se nos sigue confundiendo a nivel mundial con algún lugar ubicado en la línea ecuatorial, preferiblemente África.
Por lo menos, uno de los decretos de la Primera Constitución subsistió y determina: “La capital del Estado ecuatoriano será siempre e irrevocablemente, la ciudad de Quito”.
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