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Reiniel Eduardo POOL RODRÍGUEZ
Cuando apenas dejaba de ser un niño, Víctor caminaba una mañana por una calle de la Habana, pero se escabulló a mirar por una ventana, y su sed de curiosidad le hizo ver algo nuevo para él. Las rendijas de la ventana mostraban un grupo de hombres bebiendo y mirando una película; una película de chicas, que para su saber estaban baliando o jugando unas sobre otras.
Aquel acto le llevó a experimentar un sentir extraño, pero placentero al ver aquellos cuerpos desnudos. Fue entonces que vio tallado sobre la piel de una de aquellas muchachas, una enorme paloma sin alas, ni color, que cubría todo su pecho. Ella de cabellos negros, piel criolla y ojos tristes, danzaba a la par de las demás, aunque la expresión de su rostro la hacían notar ausente.
Aquella mañana el jovencito Víctor llegó a su casa con muchas preguntas; sin embargo, siempre tuvo clavada una duda que le acompaño por años y jamás borraría de sus ojos aquel acto. ¿Por qué la joven tenía tatuado esa paloma sin alas, ni color?
Años después, ya hecho todo un hombre, Víctor llegó a la patria de Bolívar en misión solidaria como médico cirujano. En una de las tardes mientras relazaba su labor en un hospital de Barcelona, le ayudo a recuperar la visión a una paciente. Víctor al ver su rostro, su pelo, y sus ojos, fue invadido por el silencio, para su sorpresa se encontraba con la chica de la paloma; de la cual supo posteriormente que era una activista por los derechos de la mujer y una gran artista plástica.
Ella al terminar el tratamiento, le regaló una obra de arte de su creación.