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procede de la lengua griega. El término refiere al dispositivo que, a través de diferentes luces que actúan como señales, permite la regulación del tránsito en la vía pública.
El primer semáforo de la historia fue instalado en la ciudad inglesa de Londres en 1868. Era un aparato muy diferente al actual, ya que contaba con brazos que se movían para indicar cuándo era posible avanzar y cuándo había que detenerse.
En la actualidad, la mayoría de los semáforos que regulan el tráfico de vehículos disponen de tres señales luminosas: una roja, una amarilla y una verde. La luz roja obliga al vehículo a detenerse, mientras que la luz verde indica que se puede continuar la marcha. La luz amarilla, por su parte, sirve como transición entre ambas señales y para advertir a quienes circulan que deben prepararse para el cambio de señal.