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El antagonismo entre el comunismo y el capitalismo se refleja también en sus puntos de vista dispares sobre la libertad individual. El comunismo pide anteponer la sociedad al individuo, mientras que el capitalismo pone la libertad individual por delante de la sociedad.
Por lo tanto, la polaridad entre las dos ideologías se podría describir como "el individualismo contra el bienestar social". El capitalismo le da más importancia a las aspiraciones individuales y apela a la naturaleza egoísta inherente de los seres humanos, que a menudo es el resultado del instinto de autoconservación.
Mientras tanto, el comunismo apela a nuestro lado más santo, en que pensamos en los demás, antes que en nosotros mismos, reza el artículo.
De nuevo se trata de dos puntos de vista extremos, que tienen sus ventajas y desventajas. Así, algunos de los mayores avances en la historia de la humanidad han ocurrido gracias a la creatividad y a la iniciativa individual y en gran parte han sido frutos del egoísmo humano, aunque, en última instancia, beneficiaron a toda la sociedad.
El comunismo puede afectar a esta iniciativa individual, así como a la creatividad y el pensamiento original, haciendo que una persona haga lo que le digan.
El capitalismo, a su vez, alimenta deseos egoístas, lo cual amenaza con la aparición de autócratas capitalistas que puedan obtener el control de la vida y la muerte de miles de personas.
En la mutualidad, un grupo de entusiastas se constituirían como mutualistas sanitarios. Partiendo de su iniciativa, abrirían su clínica pidiendo créditos o captando recursos, y pondrían un precio por su trabajo. Quien quisiera, podría apuntarse a esa mutua, bien asegurando una serie de servicios, bien pagando por servicio recibido. Los mutualistas cogerían la pasta, y tras pagar a los proveedores, harían con el dinero que les sobrase lo que les diese la gana. No serían trabajadores asalariados, sino socios.
En la colectividad la asamblea establece unas necesidades en materia de salud, nombra la Junta sanitaria, determina el coste del servicio, libra el dinero necesario, recluta trabajadores, les paga de acuerdo con una tarifa. El trabajador tendría su tarjeta de productor, que le daría derecho a consumir de acuerdo con lo trabajado. Quien no trabajase por estar impedido, enfermo, anciano, ser un niño… Dispondría de su Tarjeta de Consumidor, con el crédito que estableciese la asamblea. Todos los miembros de la colectividad, tendrían derecho a las mismas prestaciones.
En una sanidad comunista, no habría distinciones entre productores y consumidores. La comuna soberana establecería las necesidades, montaría el servicio con los especialistas voluntarios, y daría las prestaciones sin remuneración ni salario, ya que en los sistemas comunistas, todos tienen derecho a coger de lo que haya, y a dar lo que buenamente puedan al colectivo. El interés común, el convencimiento de que trabajar todos para todos es beneficioso para uno, es el incentivo de este tipo de organización.
Por último el sanitario individualista, es ese que va con su maletín, haciendo curas, poniendo inyectables, dando masajes o imponiendo las manos. Da lo que tiene, y recibe lo que le dan, sin mayores complicaciones.
Así que los mutualistas serían los emprendedores inquietos, que son incapaces de soportar que una asamblea les diga lo que tienen que hacer. Los colectivistas serían los trabajadores despreocupados, que quieren echar el día, ganarse un jornal, tener una vida cómoda con todos los servicios a su alcance, y formar parte de la junta cuando les toque en turno. Los individualistas son los que se lo montan a su manera, explotando su arte y conocimientos. Y los comunistas serían los del mundo del «sí». Personajes indolentes y amables, que te dan los buenos días y desde el nacimiento a la muerte te dicen a todo que sí, porque por si no lo sabes, los comunistas estamos bastante locos. Lo que es de uno es de todos lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno