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Siempre he creído que esa descripción de nuestra realidad es una exageración, pero que tiene mucho de verdad y que a la vez peca de ese exceso de pesimismo que nos caracteriza, por lo menos desde el fin del batllismo de Batlle y Ordóñez, la más grande personalidad política después de José Artigas. Hoy la fotografía es otra. Si los satélites pudieran tomar el movimiento de los uruguayos en los últimos días (cosa que hacen frecuentemente), se verían sorprendidos por el gran movimiento de seres mayoritariamente ancianos, ya que los niños son solo una sorpresa cuando aparecen en la pantalla, que se meten en los comercios con la obsesión de consumir y consumir, por el solo valor de sentirse bien comprando cualquier cosa. Aclaro que no soy un anticonsumista, pero soy parte de los que no soportan estas fiestas impuestas por el calendario, por las tradiciones y por esa necesidad muy humana de encontrarse con el otro. No solo no me gustan las fiestas de fin de año, pero tampoco los regalos del amigo invisible, lo que me parece una hipocresía, ni las reuniones de viejos compañeros de liceos o de generaciones de clubes deportivos. Si usted quiere soy un amargado, un ser despreciable, un tipo que quiere vivir solo en una cueva. Podría seguir, pero dejo a su imaginación ponerme sobre el lomo todas las culpas que usted quiera. A pesar de esta visión poco festiva de nuestra cultura como pueblo, o por lo menos de lo que yo creo que somos los uruguayos, debo confesar que igual siento la necesidad de hacer un balance de lo que ha sido este año político, por cierto muy distinto a otros anteriores. Soy de los que creen que al país, en primer lugar, y al gobierno del Frente Amplio, en segundo término, les ha ido muy bien, pero también siento que nos pudo haber ido mucho mejor, y lo que es peor, es que creo que todo lo que no se pudo avanzar fue por única responsabilidad del gobierno y del Frente Amplio. Estoy convencido de que el presidente José Mujica es responsable de todo lo bueno, pero que a la vez es responsable de una sensación particular que se expresa en la falta de coherencia del accionar de los gobernantes y de su exposición política. Mujica ha sostenido con firmeza, muchas veces sin hablar demasiado, al equipo económico que ha sido la piedra fundamental de la estabilidad económica y de su desarrollo. Sin esta actitud decidida del Presidente de la República a favor del ministro Fernando Lorenzo, la inestabilidad política se pudo haber instalado en nuestro país.
Y eso no ocurrió. Mujica ha logrado, con buen manejo de los tiempos, construir una mirada a mediano plazo, asumiendo que hay atrasos en la redistribución de la riqueza y por eso no descarta una política impositiva más redistributiva. La otra cara de este fenómeno, es que Mujica confunde muchas veces a sus más activos colaboradores, quienes no logran detectar a tiempo cuáles son sus movimientos de piezas en el tablero de la política mediática.