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El Imperio otomano comenzó siendo uno más de los pequeños estados turcos que surgieron en Asia Menor durante la decadencia del Imperio selyúcida. Los turcos otomanos fueron controlando paulatinamente a los demás estados turcos y bajo el reinado de Muhammad I (1451-1481) acabaron con lo que quedaba del la dinastía selyúcida. La primera fase de la expansión otomana tuvo lugar bajo el gobierno de Osmán I y siguió en los reinados de Orkhan, Murad I y Beyacid, a expensas de los territorios del Imperio Bizantino, Bulgaria y Serbia. Bursa cayó bajo su dominio en 1326 y Adrianópolis en 1361. Las victorias otomanas en los Balcanes alertaron a Europa sobre el peligro que este Imperio representaba y fueron el motivo central de la organización de la Primera Cruzada. El sitio que pusieron los otomanos a Constantinopla fue roto gracias a Tamerlán, líder de los mongoles, quien tomó prisionero a Beyacid en 1403. Pero el control mongol sobre los otomanos duró muy poco.
El imperio, reunido bajo el mando de Muhammad I hacia 1412, vivió una vertiginosa expansión con sus sucesores, Murad II y Muhammad II, el primero venció a Ladislao de Polonia en 1444 y Muhammad II capturó Constantinopla en 1453. Así, los otomanos habían pasaron de ser una horda nómada a convertirse en uno de los más extensos y esplendorosos imperio del mundo.
Bajo los gobiernos de Selim I y Solimán I el magnífico, tuvo lugar la expansión del imperio hacia Hungría, Valaquia, Moldavia y Transilvania. Parte del secreto de su triunfo residía en la posesión de un poderoso ejército conformado por estrictas jerarquías a las que podían pertenecer cristianos y extranjeros. Su cuerpo de elite estaba conformado por los famosos jenízaros o soldados europeos que habían sido robados desde niños y reeducados en el Islam.
Los límites asiáticos del Imperio otomano tampoco fueron respetados por mucho tiempo. Selim I atacó a los mamelucos de Egipto y Siria, tomó El Cairo en 1517 y asumió la sucesión del califato. También se vieron afectadas las propiedades venecianas en Grecia que quedaron bajo su poder.
Durante el reinado de Solimán (1535) comenzó la proverbial amistad entre Francia y Turquía, unidos contra los Habsburgo españoles. Solimán reorganizó el sistema judicial y bajo su gobierno florecieron la literatura, la arquitectura y otras artes. También instauró lo que sería una de las leyes canónicas musulmanas: la Sharia, que limitaba las prerrogativas del sultán adjudicándole un consejero o visir, con el poder político suficiente para cuestionar las acciones del sultán.
A la muerte de Solimán, siguió una progresiva decadencia. Los sacerdotes (ulemas) y los jenízaros fueron ganando poder y ejercieron sobre los sucesivos gobernantes una notable influencia que permitió la corrupción del sistema. El primer golpe importante fue infligido en 1571 a la armada de Selim II en la famosa Batalla de Lepanto, donde españoles y venecianos al mando de Juan de Austria derrotaron a los otomanos. Sin embargo, el poder militar turco se vio restaurado en el siglo XVII cuando el ejército de Murad IV venció a los persas en 1638.
En 1683, bajo el mando del Gran visir Mustafa, los otomanos llegaron hasta Viena. En auxilio de la ciudad acudió Juan III de Polonia y las subsecuentes campañas de, Carlos V de Lorena, Luis de Baden y Eugenio de Saboya terminarían en una serie de negociaciones con la firma de el tratado de Karlowicz en 1699, mismo que le costó a los turcos la pérdida de sus territorios en Hungría.
Otras posesiones se fueron perdiendo paulatinamente y entre los siglos XVIII y XIX fueron introducidas drásticas reformas bajo los reinados de Selim III y Mahmud II, pero todo fue inútil, Turquía y la dinastía otomana estaban heridas de muerte. Tras una serie de capitulaciones, el Imperio otomano fue perdiendo poder e independencia económica y aunque Turquía, teóricamente, venció en la Guerra de Crimea, su economía estaba destrozada. En 1856, El Congreso de Paris reconoció al Imperio otomano como un estado soberano y con ello confirmaba, paradójicamente, su dependencia del poder europeo.
En 1875 la rebelión de Bosnia y Herzegovina precipitó la Guerra contra los rusos (1877-78). Esto representó la independencia de Rumania (antes Valaquia y Moldavia) Serbia y Montenegro. Bosnia y Herzegovina se convirtieron en estados dependientes de Austria