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En las reuniones sociales las mujeres se dedicaban a jugar a la lotería, a las prendas y al tonto (juego de naipes), mientras que los hombres jugaban ajedrez y damas. Las familias, sin embargo, siguieron siendo muy numerosas, y los matrimonios eran acordados.
La clase alta comenzó a buscar todo tipo de vestidos y muebles de lujo, adquiriendo la moda femenina un sello propio, donde los colores oscuros fueron reemplazados por otros más alegres y llamativos. Los hombres, en cambio, mantuvieron el típico traje que se usaba en Europa: casaca y chaleco, calzón corto, medias de seda, ligas de lujo, zapatos con hebillas, bastón y espadín.
Los encuentros en la calle eran muy bien vistos, ya que después de la siesta -cinco de la tarde- las tiendas se abrían y aparecían los paseantes por el puente de los tajamares en Santiago, quienes habitualmente conversaban sobre la guerra contra Inglaterra, noticias de España o los sucesos más importantes que ocurrían en la ciudad.
Más tarde, estas misma conversaciones pasarían a convertirse en importantes tertulias en la casa de algún criollo acomodado.