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La frase “El hombre es la medida de todas las cosas”, que escribió el sofista griego Protágoras, resulta una invitación a relativizar todo cuanto sucede a nuestro alrededor, pues a su juicio no existe la verdad absoluta, sino que las verdades están condicionadas por la mirada propia y la ajena. Las obras de Protágoras se han perdido –la sentencia se supone que figuraba en el libro Los discursos demoledores–, pero sabemos de su existencia por los debates que suscitó en la Grecia clásica, donde Diógenes Laercio, Platón, Aristóteles o Hermias se refirieron a ella, a menudo para criticarla, porque el sofista dejaba de lado la explicación de las cosas en relación con los dioses, dando todo el protagonismo al hombre, que se convierte en su filosofía en el centro de cuanto ocurre.
Esta relativización de la verdad nos ha ido permitiendo ser más tolerantes con el prójimo, comprensivos con los contrarios y respetuosos con otros credos. La civilización, como la entendemos en nuestros días, se cimenta en no creer que estamos en posesión de la verdad.