A pesar del alza del petróleo en semanas recientes, no somos pocos los colombianos que adoptamos una posición crítica frente a nuestro futuro petrolero. Escépticos frente al síndrome de Cusiana , hemos dado nuestras razones para no tragar entero al respecto. Claro está que el pie de monte llanero y concretamente los yacimientos de Cusiana y Cupiagua son promisorios, pero, como lo anotaba Juan José Turbay en recientes semanas, es necesario tener en cuenta que la participación de la Nación en tales hallazgos está reducida a un 30 por ciento sobre 500.000 barriles, que sería la meta alcanzable en unos cinco años. El Fisco tendría derecho a 150.000 barriles. Se trata de un contrato de asociación en el que la mitad de la producción corresponde a los socios extranjeros, es decir, la B.P ., la Tripton y la Total . La cuenta hay que hacerla sobre 250.000 barriles diarios y deducir la parte que les corresponde a los departamentos, a los municipios y a los puertos de embarque que tengan
ComentarFacebookTwitterGoogle+Linked inEnviarPor: Redacción ELTIEMPO 5 de junio de 1994, 05:00 amEl impacto cambiario, tanto por el ahorro de divisas para el abastecimiento nacional como por las exportaciones del crudo, será muy favorable para nuestra economía, y los ingresos por otros conceptos, como regalías, impuestos directos y contribuciones especiales, también nos permitirían una situación fiscal más holgada que la presente; pero pensar, como lo hacen algunos políticos en vísperas de elecciones, que donde haya un hueco fiscal se va a llenar con el oro de Cusiana, es un exceso de optimismo.Se advierte claramente que, como la lechera de marras, no han hecho cuentas. Además, la experiencia reciente, con las licitaciones proyectadas para la nueva política petrolera colombiana, si bien es cierto que no han fracasado del todo, no han arrojado los resultados óptimos que eran de esperarse, en razón, precisamente, de las cargas fiscales que el Estado colombiano, gradualmente, les ha impuesto a las compañías multinacionales y, en no menor grado, por la inseguridad propia de nuestras condiciones políticas.Sea de ello lo que fuere, y, en contraste con nuestros recursos carboníferos, las reservas colombianas de petróleo son insignificantes a nivel mundial y aun al propio nivel latinoamericano, frente a México y a Venezuela. Salvo descubrimientos de nuevos campos y una explotación menos precipitada que la de Caño Limón, estaremos para el año 2020 de nuevo enfrentados a la necesidad de importar petróleo.Forzoso será, en consecuencia, buscar fuentes sustitutivas de divisas que nos sirvan para pagar la factura de los combustibles.Cualquiera podría pensar que el no producir petróleo constituye un obstáculo insalvable para el desarrollo económico, pero basta el ejemplo de países como Alemania, Francia, el Japón y, en nuestro continente, Chile, para llegar a la conclusión de que no es así, si ante la inminencia de tener que importarlo en todo o en parte nos anticipamos en un gesto de elemental prudencia a investigar otras fuentes de divisas para superar la crisis previsible.Serán nuestras exportaciones de carbón las que generen la moneda dura para pagar el petróleo? No parece posible dentro de las perspectivas hulleras del siglo XIX. Podrán entonces nuestras industrias exportar suficientes manufacturas para pagar las importaciones de petróleo y gasolina? Tampoco se divisa en el horizonte esta posibilidad. Las exportaciones no tradicionales sumadas al café y otros productos agrícolas y pecuarios, pueden contribuir a financiar este déficit, pero la verdadera fuente de divisas a que tendremos que apelar será a la exportación de la madera de nuestros bosques que disfrutan de una ventaja comparativa.Si en otros campos nuestra competitividad es cuestionable, no cabe duda de que las condiciones del trópico nos son particularmente propicias para constituirnos en exportadores de madera hasta llegar a hacer de este renglón algo comparable a la exportación de café, si ponemos empeño en convertirlo en un propósito naciona