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El imperio bizantino nunca existió. Para los habitantes dentro de las fronteras del imperio, ellos eran parte del imperio romano de oriente. Eran ciudadanos romanos, y consideraban el suyo, el único imperio del mundo. Bizancio había sido la antigua ciudad sobre la que se construyó Constantinopla. Solo en tiempos modernos, el imperio romano de oriente será conocido como imperio bizantino. Tampoco es fácil precisar una fecha para el inicio del imperio. Podría ser el año 330 cuando Constantinopla se convierte en la capital del imperio. En ese momento el imperio se encontraba unido. Podría ser 395 cuando Teodosio divide permanentemente el imperio entre oriente y occidente. Sería más apropiado considerar 527, con la ascensión de Justiniano al trono del imperio, cuando ya había desaparecido el imperio de occidente. Pero sí es muy claro cuándo termina: con la caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos en 1453. Lo que nos permite redondear la duración del imperio a unos mil años, cifra nada despreciable.
La característica más llamativa del imperio bizantino consiste en la continuidad de la estructura política del imperio romano, a pesar de la pérdida de las provincias occidentales, y del uso del griego como idioma común. Bizancio conservó la ideología, el gobierno y, sobre todo, las leyes, siendo la compilación de Justiniano uno de los aportes más valiosos para la transmisión del cuerpo jurídico romano a la civilización occidental.
También el imperio bizantino continuó con el arte propio del imperio, con la indeleble impronta del cristianismo, que en su origen había sido oriental de todas formas, y que alcanzaría nuevas expresiones, como los mosaicos, que atestiguan una riqueza y elevación de sentimientos que aun sobrecogen a los espectadores. Aunque Santa Sofía, la Hagia Sophia de Justiniano es el emblema más conocido de esos hitos culturales, el arte bizantino dio continuidad y unión a los habitantes de todo el imperio.
También el cristianismo sería la fuerza civilizadora del imperio bizantino respecto a sus vecinos, primero los pueblos eslavos de los Balcanes, como los búlgaros, pero primordialmente los rusos, quienes heredarían las ideas de continuadores del imperio romano, incluso hasta nuestros días, primero en Kiev y finalmente en Moscú.
Sorprende la capacidad del imperio y, sobre todo, de Constantinopla, de resistir las invasiones de los bárbaros, incluidos los hunos, que aceleraron la caída de occidente. Sin embargo, serían las continuas guerras, principalmente contra los persas, las que por siglos agotaron las reservas del imperio y lo debilitaron hasta el punto de no resistir nuevas agresiones. Primero, la presión de los árabes en su período de expansión, produciría la pérdida de todo el oriente medio y el norte de África. Luego vendrían los turcos selyúcidas, quienes en la batalla de Manziquert asestaron un golpe de muerte al imperio. La solicitud de ayuda del emperador al papa de Roma daría inicio a las cruzadas, una de las cuales, la cuarta, organizada por Venecia, antigua joya del imperio bizantino y recientemente establecida como república, se volcaría contra Constantinopla, saqueándole sus tesoros, como los leones que hasta hace poco adornaban el frente de la catedral de San Marcos en Venecia. También saquearon sus libros y sus intelectuales, quienes habrían de influir en los cambios que estaban por producirse en la Europa occidental. La creación del reino latino constituyó un período de debilitamiento de Constantinopla.
Pero serían los turcos otomanos los que darían fin al imperio, conquistando toda la Anatolia, llegando hasta las riveras del Danubio, reduciendo los territorios del imperio a prácticamente los límites de la ciudad, la que finalmente caería en manos de Mahomet II, dando fin al imperio romano de oriente.