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No puede, por lo tanto, extrañar que un intelectual como Pomponio Leto, al Rey Fernando lo considerase como el más significado de los príncipes cristianos; «frente a estos príncipes italianos, conjurados entre sí -dice Leto- en pequeñas y mezquinas "guerras civiles", el Rey de España se ha embarcado en una guerra justa que extiende, por Occidente, la Cristiandad, cuando ésta se siente invadida y empujada desde Oriente»12.
Para él, sólo un príncipe, en todo el orbe cristiano -decía Pomponio Leto, arguyendo razones del más genuino humanismo- cumple esta premisa, el Rey Fernando (cuius ingenita virtus), empeñado en la guerra contra el Islam de Granada y dispuesto a socorrer al propio Papa en la empresa de Otranto (1480) cuando los turcos entraron en Italia6.
¿Es posible aceptar, sin más, que aquella comunidad tan erosionada tuviera recursos y fuerzas capaces de realizar la tarea ingente de desmotivar en la nueva fe a los que sentían muy motivados social y políticamente? ¿Debe darse por buena la idea, tantas veces repetida, del constante proselitismo de los judíos para inducir a los conversos a desandar el camino ya andado? La historiografía en este campo siempre ha expresado la dependencia más inclinada a discurrir por caminos ya andados que por revisar las premisas iniciales de partida.
Y si los Reyes le hablaban, a finales de la década de 1470 cuando la guerra de Granada aun no se había comenzado, de su angustiada preocupación por el espectáculo herético que ofrecía el mundo converso en muchas ciudades y villas, el Romano Pontífice les recordaba el peligro que tenían al sur de sus propios reinos, un peligro mucho más importante.
Inquisición, pues, para los falsos convertidos del judaísmo, sí, sin duda, dirán desde Roma; pero guerra rápida y necesaria contra el Islam en Granada, en primer término y..., luego, después, en una fase posterior y secundaria, también Inquisición allí.
Ocurrió esto con mucha frecuencia en aquellos años en que el Tribunal demonizó a los conversos de escaso relieve social, amparando soterradamente a las capas más privilegiadas que, exigieron, entonces, la protección regia, no tanto como conversos sino como detentadores del poder municipal.