Respuestas
- Johann Wolfgang GoetheAl recogerla para ir a la fiesta, ésta, que se hallaba en compañía de su tía, le pidió a Werther que recogieran en el camino a una amiga.
Esta se llamaba Carlota, quien impresionó desde un primer momento al joven Werther, quien desde ese primer día se enamora perdidamente de la muchacha.
Carlota estaba comprometida con Alberto, joven educado e inteligente que en ese entonces se hallaba en Suiza. A pesar de saber que la muchacha se halla comprometida, Werther no puede frenar sus sentimientos.
Su apasionamiento por Carlota es tal que cuando no puede visitarla, envía a su criado, con el sólo objeto que el de tener cerca a alguien que la haya visto.
Werther traba amistad con Alberto, y este le permite seguir visitando a Carlota, con lo que naturalmente las cosas empeoran.
Como solución a su tormento, Werther decide alejarse y acepta un cargo de diplomático.
El joven enamorado escribe a carlota relatándole sus sufrimientos en un medio desagradable; el embajador con quien trabaja Werther le resulta completamente insoportable, llegando su tirria por este a tal extremo que renuncia a su cargo.
Alberto y Carlota se casan. Incapaz de controlar sus sentimientos y a pesar de sí mismo, regresa al pueblo para instalarse cerca a su amada. La relación revive haciéndose más intensa y peligrosa, hasta que por fin, después de besar a Carlota en un arranque de pasión, al que ella no ha sido indiferente, se acentúa en él un sentimiento de culpa y un desequilibrio interior.
La resolución de abandonar este mundo había ido robusteciéndose y afirmándose en el ánimo de Werther. Desde su vuelta al lado de Carlota, había considerado la muerte como el término de sus males y como un recurso extremo del que siempre podía disponer.
Las palabras de carlota van minando poco a poco la serenidad de Werther: …
”¿No comprendéis que corréis voluntariamente a vuestra ruina? ¿Por qué he de ser yo, precisamente yo… que pertenezco a otro hombre? … ¡Ah! Temo que la imposibilidad de obtener mi amor es lo que exalta vuestra pasión…!”.
Alberto enterado de la pasión que se ha despertado en Werther por su mujer, no puede ocultar su fastidio, tratándolo la mayoría de las veces fríamente.
Lo inevitable se va acercando. Werther tiene una última entrevista con Carlota, aprovechando la ausencia de Alberto. Esta o rechaza con lágrimas en los ojos.
Poco después Werther envía a su criado a casa de Carlota con una nota dirigida a su marido en la cual le pedía que le prestara sus pistolas para un viaje que tenía que hacer.
El criado recibió las armas de manos de Carlota y se la entregó a Werther, quien más tarde escribiría su última carta: …
”¡Oh, Carlota! ¿Qué hay en el mundo que no traiga a mi memoria tu recuerdo? … Tu retrato querido, te lo doy suplicándote que lo conserves.
He impreso en él mil millones de besos… Prohíbo que me registren los bolsillos. Llevo en uno aquel lazo de cinta color rosa que tenías en el pecho el primer día que te vi, rodeada de tus niños…”.
Un vecino vio el fogonazo y oyó la detonación; pero, como todo permaneció tranquilo, no se cuidó de averiguar lo ocurrido.
A las seis de la mañana del día siguiente entró el criado en la alcoba y vio a su amo tendido en el suelo, bañado en sangre y con una pistola al lado. Corrió a avisar el al médico y a Alberto.
Cuando Carlota escuchó la noticia trágica sufrió un desvanecimiento. Cuando el médico llegó al lado del infeliz Werther, le halló todavía en el suelo y sin salvación posible.
El pulso latía aún, pero todos sus miembros estaban paralizados. La bala había entrado por encima del ojo derecho, haciendo saltar los sesos.
Llegó Alberto vio a Werther en su lecho, con la cabeza vendada. Su rostro, tenía ya el sello de la muerte. No había bebido más que un vaso de vino de la botella que tenía sobre la mesa.
El libro de “Emilia Galotti” de Lessing, estaba abierto sobre el pupitre. La consternación de Alberto y la desesperación de Carlota eran indescriptibles.
A las doce del día falleció. Werther. Durante algún tiempo se temió por la vida de Carlota. Werther fue conducido por jornaleros al lugar de su sepultura; no le acompañó ningún sacerdote.