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Índice
1. Intoducción
Toda época tiene sus costumbres, sus modas, su manera particular de ver la vida. En los tiempos y en el lugar que nos ha tocado vivir lo que impera es una cierta idea de progreso, de mirar siempre hacia delante, si nos entretenemos un momento en el camino perdemos el tren y quedamos desfasados. Quien invierte en futuro, quien innova, quien inventa y descubre tiene fuerza y poder. Lo vemos todos los días en los medios de comunicación, en la calle. Pero esto no siempre ha sido así (en España hasta hace bien poco se oía aquello de que “contra Franco se vivía mejor”). En la Edad Media si un comerciante quería vender un crecepelos lo tendría que haber anunciado más o menos de la siguiente manera: ”¡Cómprelo señor, cómprelo señora que este es como los de antes, como de los que ya no se hacen!”. Existía un rechazo al progreso que solo unos pocos se atrevieron a superarlo y que no les fue mal (fueron los iniciadores del capitalismo moderno). Pero la mayoría, y lo que es más importante, la mayoría de la nobleza aristocrática se ancló en un ideal del pasado, en el ideal caballeresco. Éste, con su componente religioso, aventurero, novelesco, épico nos parecería hoy a nosotros como algo hasta esperpéntico y, por supuesto, no capaz de ser tenido en serio. Pero por aquel entonces sí que era tenido en serio porque significaba poder, en algunos sitios más que en otros, pero poder al fin y al cabo.
En las siguientes páginas vamos a intentar ver cómo se produce este fenómeno y las repercusiones tanto políticas como militares que tuvo en la segunda mitad de la Edad Media. Centraremos nuestra atención al caso particular que se dió en Castilla durante la Reconquista cristiana.