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Explicación:
La etimología de «hombre» es realmente curiosa e incluso podría decirse que bastante profunda. Como bien dice el DLE, «hombre» proviene del latín homo, homĭnis, exactamente del acusativo homĭnem. En latín venía a tener más o menos las mismas acepciones que tiene hoy en día en español. Nos quedaremos con unas cuantas líneas del DLE:
hombre.
(Del latín homo, ‑ĭnis).
1. m. Ser animado racional, varón o mujer. Usado, seguido de un complemento, para hacer referencia a un grupo determinado del género humano. El hombre del Renacimiento. El hombre europeo.
2. m. varón (‖ persona del sexo masculino).
3. m. Varón que ha llegado a la edad adulta.
En cuanto a la evolución desde el acusativo latino homĭnem hasta nuestra actual palabra «hombre», es sencillo: la m final se pierde por (casi) no pronunciarse, la i intermedia, al ser breve, se pierde también. Nos queda entonces la palabra homne, que fue ampliamente utilizada a lo largo de la Edad Media, normalmente sin la ‹h› inicial, ya que omne se pronunciaba sin aspirar la ‹h› (recordemos que hasta hace escasos siglos, era costumbre aspirar la ‹h› como en las lenguas germánicas) y por tanto no había necesidad de escribirla. Cuestión aparte es que en principio habríamos esperado *«huembre», con la misma diptongación que vemos por ejemplo en fŏnte > «fuente»; pero eso escapa al objetivo de este artículo.
La convención en la filología románica es escribir los étimos latinos sin la ‑m correspondiente del acusativo. Así, podríamos haber partido directamente de la forma homĭne.
Así lo encontramos, por ejemplo, en El conde Lucanor del Infante don Juan Manuel (siglo XIV):
Patronio, un omne vino a mí et díxome muy grand fecho et dame a entender que sería muy grand mi pro.
Finalmente, por rotacismo, la n pasó a r y se insertó una b (epentética o eufónica) antes para facilitar su pronunciación.