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La música colonial iberoamericana es la música que se escuchó en América hispana y portuguesa durante los siglos XVI al XVIII y comienzos del XIX. El repertorio que circulaba en estas tierras era de dos tipos y se les denominaba música secular y música religiosa, siendo esta última de la cual se conservan mayor cantidad de manuscritos en los archivos musicales de América del Sur.
Una parte importante de la música del nuevo mundo provenía de Europa, especialmente de España; la otra parte era creada íntegramente en suelo americano, para las diversas ocasiones sociales y religiosas. Con el paso de los años, esta música fue empapándose de rasgos estéticos y sonoros propiamente autóctonos, lo que le confirió un carácter americano inconfundible.
Durante este período de tiempo se desatacaron un conjunto de compositores coloniales, la mayoría de ellos provenientes de los distintos virreinatos -especialmente del Perú- o directamente venidos desde España o Italia. Todos ellos ejercían su actividad como compositores independientes o bien como maestros de capilla en las diversas iglesias de las órdenes religiosas asentadas en el país, especialmente en el templo mayor de Chile, la catedral de Santiago. El más destacado de todos ellos fue José de Campderrós (c. 1750- c. 1811), quien ha sido considerado por el padre de la historiografía musical chilena, Eugenio Pereira Salas, como el más relevante creador de la colonia.
El estilo del repertorio interpretado en Iberoamérica varió según los siglos. En el siglo XVI se nutrió de la polifonía española del renacimiento y de la escuela franco-flamenca de música, la que se mantuvo en contacto con España debido a su vasto imperio e importante presencia de capillas musicales. En los siglos XVII y XVIII el estilo conservó el aspecto renacentista, pero introdujo además la música del Barroco, muy influenciada por el arte italiano aunque siempre manteniendo, un carácter propiamente español.
El fin último de la composición y recreación de la música fue la evangelización de los naturales, aprovechándose para ello las festividades religiosas, que acrecentaban la dominación ideológica, particularmente en aquellas zonas donde peregrinaban decenas de misioneros provenientes de diversas partes de Europa.
Esta música, llamada a veces música antigua de Iberoamérica o música virreinal, es hoy considerada uno de los más importantes legados dejados por el proceso de colonización y sincretismo ocurrido entre estas dos culturas, convirtiéndose en un hito fundamental de la memoria y el patrimonio cultural americano, revivido en cada interpretación musical de un repertorio que se ha mantenido latente por siglos.
En el caso de Chile, uno de los ejemplos más relevantes de rescate de música colonial ha sido el movimiento de interpretación de música antigua, que ha logrado mantener un creciente interés por interpretar la música de los antepasados hispanoamericanos y europeos, considerando de forma respetuosa las condiciones históricas e instrumentos utilizados en esos períodos. Gracias a ello y a la acción de los musicólogos, se ha perpetuado una preocupación que se inició en el siglo XIX y que perdura hasta hoy.