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es un día cualquiera, un día más, una casualidad, una suerte, una cierta disposición de números en un orden determinado para simplemente llevar un registro de los días pasados y futuros.
El hoy no estaba en el calendario porque no se sabía que día iba a ser, hoy pudo ser cualquier día y sólo resultó ser este porque ocurrió hoy.
Y qué ocurrió hoy sino lo nuestro, pero: ¿Qué es lo nuestro? Quizás como decía Mario Benedetti en “La tregua”: “Lo nuestro ¿Qué es lo nuestro? Por ahora al menos, es una especie de complicidad frente a los otros, un secreto compartido, un pacto unilateral”.
¿Y que es esta complicidad entre nosotros tan secreta? ¿Estamos tan obligados a escondernos de los demás para no ser perturbados? Epicuro afirmaba que la felicidad se alcanza en la medida en que nada nos perturba. De nuevo la voz de Benedetti: “Todos necesitamos alguna vez un cómplice, alguien que nos ayude a usar el corazón” (poema “cómplice”).
Pero: ¿Es acaso tan necesaria esta complicidad? ¿Estamos realmente obligados a querernos? ¿Qué es usar el corazón? Siempre nos encontramos frente a estos dilemas, frente a estos callejones sin salida; y es que hasta los más pesimistas deben admitir la necesidad del amor en la vida. Así el filósofo Arthur Schopenhauer decía que el amor entre dos personas es la compensación de la muerte, su correlativo esencial.
Motivos. Más allá del sentirse enamorado: ¿Qué nos lleva a buscarnos precisamente entre nosotros? ¿Cómo es eso de que de la nada de repente nos hacíamos falta y no nos hacíamos falta antes? Quizás tal como escribe Julio Cortázar: “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.
Entonces el amor se busca por caminos separados sabiendo que vienen para cruzarse. La historia se funde en las miradas de los amantes, en la fraternidad de los cuerpos, en el anhelo de encontrar lo que estaba perdido para completar la identidad primitiva que solo se completa cuando hay otro. Uno se encuentra rutinariamente con tantas personas todos los días pero ninguna le afecta tanto como ese alguien que se cruza frente a los ojos y con la mayor ternura apremia al corazón. El amor se hace carne, como en el personaje principal de la película animada japonesa “El jardín de las palabras” cuando dice: “No sé nada sobre ella, su trabajo, su edad…qué le preocupa. Ni siquiera su nombre. Y todavía así, no puedo evitar quedar enamorado de ella”.
El hoy no estaba en el calendario porque no se sabía que día iba a ser, hoy pudo ser cualquier día y sólo resultó ser este porque ocurrió hoy.
Y qué ocurrió hoy sino lo nuestro, pero: ¿Qué es lo nuestro? Quizás como decía Mario Benedetti en “La tregua”: “Lo nuestro ¿Qué es lo nuestro? Por ahora al menos, es una especie de complicidad frente a los otros, un secreto compartido, un pacto unilateral”.
¿Y que es esta complicidad entre nosotros tan secreta? ¿Estamos tan obligados a escondernos de los demás para no ser perturbados? Epicuro afirmaba que la felicidad se alcanza en la medida en que nada nos perturba. De nuevo la voz de Benedetti: “Todos necesitamos alguna vez un cómplice, alguien que nos ayude a usar el corazón” (poema “cómplice”).
Pero: ¿Es acaso tan necesaria esta complicidad? ¿Estamos realmente obligados a querernos? ¿Qué es usar el corazón? Siempre nos encontramos frente a estos dilemas, frente a estos callejones sin salida; y es que hasta los más pesimistas deben admitir la necesidad del amor en la vida. Así el filósofo Arthur Schopenhauer decía que el amor entre dos personas es la compensación de la muerte, su correlativo esencial.
Motivos. Más allá del sentirse enamorado: ¿Qué nos lleva a buscarnos precisamente entre nosotros? ¿Cómo es eso de que de la nada de repente nos hacíamos falta y no nos hacíamos falta antes? Quizás tal como escribe Julio Cortázar: “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.
Entonces el amor se busca por caminos separados sabiendo que vienen para cruzarse. La historia se funde en las miradas de los amantes, en la fraternidad de los cuerpos, en el anhelo de encontrar lo que estaba perdido para completar la identidad primitiva que solo se completa cuando hay otro. Uno se encuentra rutinariamente con tantas personas todos los días pero ninguna le afecta tanto como ese alguien que se cruza frente a los ojos y con la mayor ternura apremia al corazón. El amor se hace carne, como en el personaje principal de la película animada japonesa “El jardín de las palabras” cuando dice: “No sé nada sobre ella, su trabajo, su edad…qué le preocupa. Ni siquiera su nombre. Y todavía así, no puedo evitar quedar enamorado de ella”.
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