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Entre los siglos XVI al XVIII, el espacio conventual femenino fue un lugar de convergencia de prácticas espirituales ascéticas y místicas. Tanto los conventos, como beaterios de mujeres en Chile y América cumplieron una función misional al transmitir los modelos de la vida devota; ser lugares de resguardo e instituciones de enseñanza para mujeres españolas, mestizas y niñas huérfanas.
Las nuevas formas de devoción desarrolladas en los conventos femeninos durante el siglo XVI, como el recogimiento, la mística y la devotio moderna formaron parte del proceso de privatización de la sociedad occidental al constituir espacios para la reflexión personal y permitir procesos de autoconocimiento y adquisición de conciencia de sí, lo que hizo del convento arquitectónico, una metáfora del mundo interior, convirtiéndolo en un convento espiritual.
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