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Hace treinta años, una familia pasaba las vacaciones en la costa este de la isla de Vancouver. Un padre y una madre jóvenes, sus dos hijas pequeñas y un matrimonio mayor, los padres del marido.
Qué tiempo tan maravilloso. Cada mañana, todas las mañanas son como ésta, el primer rayo de luz solar atraviesa las ramas altas y quema la bruma que reposa sobre el agua en calma del estrecho de Georgia. La marea baja, una gran extensión vacía de arena todavía húmeda pero por la que se puede caminar fácilmente, como el cemento en su última fase de secado. La verdad es que la marea está menos baja; cada mañana se reduce más la vereda de arena, pero aún parece lo bastante amplia. Los cambios de la marea son de gran interés para el abuelo, pero no tanto para los demás.
A Pauline, la joven madre, en realidad no le gusta tanto la playa como el camino que recorre la parte trasera de las casitas, aproximadamente a lo largo de una milla, en dirección al norte, hasta interrumpirse en la orilla de un riachuelo que corre hacia el mar.
Si no fuera por la marea, sería difícil recordar que esto es el mar. En el horizonte, más allá del agua, se ven las montañas de la península, la cordillera que forma el muro oriental del continente norteamericano. Esos montículos y picos montañosos que se perfilan a través de la bruma y que asoman aquí y allá por entre los árboles, que Pauline contempla mientras empuja la sillita de paseo de su hija por el camino, también son de interés para el abuelo. Y para su hijo Brian, el marido de Pauline. Los dos hombres tratan constantemente de dilucidar qué es cada cosa. ¿Cuáles de esas formas son en realidad montañas continentales y cuáles son improbables cerros de las islas que asoman frente a la orilla? Es difícil llegar a una conclusión cuando la formación es muy compleja y hay partes que alteran el sentido de la distancia dependiendo de la distinta luz que a lo largo del día las ilumine.
Qué tiempo tan maravilloso. Cada mañana, todas las mañanas son como ésta, el primer rayo de luz solar atraviesa las ramas altas y quema la bruma que reposa sobre el agua en calma del estrecho de Georgia. La marea baja, una gran extensión vacía de arena todavía húmeda pero por la que se puede caminar fácilmente, como el cemento en su última fase de secado. La verdad es que la marea está menos baja; cada mañana se reduce más la vereda de arena, pero aún parece lo bastante amplia. Los cambios de la marea son de gran interés para el abuelo, pero no tanto para los demás.
A Pauline, la joven madre, en realidad no le gusta tanto la playa como el camino que recorre la parte trasera de las casitas, aproximadamente a lo largo de una milla, en dirección al norte, hasta interrumpirse en la orilla de un riachuelo que corre hacia el mar.
Si no fuera por la marea, sería difícil recordar que esto es el mar. En el horizonte, más allá del agua, se ven las montañas de la península, la cordillera que forma el muro oriental del continente norteamericano. Esos montículos y picos montañosos que se perfilan a través de la bruma y que asoman aquí y allá por entre los árboles, que Pauline contempla mientras empuja la sillita de paseo de su hija por el camino, también son de interés para el abuelo. Y para su hijo Brian, el marido de Pauline. Los dos hombres tratan constantemente de dilucidar qué es cada cosa. ¿Cuáles de esas formas son en realidad montañas continentales y cuáles son improbables cerros de las islas que asoman frente a la orilla? Es difícil llegar a una conclusión cuando la formación es muy compleja y hay partes que alteran el sentido de la distancia dependiendo de la distinta luz que a lo largo del día las ilumine.
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